miércoles, 1 de mayo de 2013

Piriápolis y sus alrededores



Los sitios para veranear más concurridos en Uruguay están en las costas de los departamentos de Maldonado y Rocha, sobre el océano Atlántico. Punta del Este es el más importante y conocido a nivel internacional, sin embargo, no es el único. Existen otros no tan famosos que bien vale la pena conocer. Con ojos de uruguaya nuestra corresponsal Gloria Algorta describe el carácter de la serie de balnearios que usted encontrará desde Solís a Punta Negra, en el departamento de Maldonado.
 

He ido tantas veces a Piriápolis y a sus alrededores que me costó descubrir que se merecían una nota. A veces pasa con las cosas que para uno son cotidianas. Decidí entonces recorrer la zona con ojos nuevos, como si lo hiciera por primera vez.

Solís

Salí hacia el este desde la terminal de Montevideo y, apenas cruzar el arroyo Solís Grande, en el km 82, me encontré en el balneario Solís, donde me esperaba mi hermana que tiene casa allí y me iba a acompañar en el recorrido. Para ella, Solís es un refugio de paz en las vacaciones y los fines de semana. Casi todas las calles son de tierra y desde el deck de su casa solo se oye el canto de las aves y el tintineo del llamador de ángeles de un vecino invisible. Almorzamos en el emblemático hotel Alción, que divide las dos playas. Fundado por los ingleses del ferrocarril, en Solís vemos jardines de tradición británica, señoras del Garden Club, y todavía se puede oír a familias que hablan inglés bajo las sombrillas. Paradójicamente, el mejor restaurante de Solís es de cocina armenia. La particularidad de este balneario es el encanto del arroyo, donde a veces entra el agua del mar. Aquí hemos combinado baños salados y dulces atravesando solo un centenar de metros de playa pedregosa. El arroyo se derrama en el mar con una boca ancha, ideal para los deportes náuticos y los atardeceres hermosos. Junto al límite opuesto de Solís, a orillas del arroyo Espinas, visitamos una construcción de madera para el avistamiento de aves y ¡oh, sorpresa!, no solo vimos aves sino también carpinchos, un enorme roedor autóctono presente desde Panamá hasta la provincia de Buenos Aires, conocido en otros países como capybara o chigüiro.

Bellavista

Desde Solís hasta Punta Negra, pasando por Piriápolis, la Ruta 10 corre junto a la costa. El balneario siguiente es Bellavista, pero no lo describiré hasta el final de esta nota, por razones que voy a explicar más adelante.

Las Flores

Seguimos hasta Las Flores, donde las encantadoras casitas más antiguas son de piedra y madera y datan del tiempo de los ingleses del ferrocarril. La carretera divide a Las Flores en dos y hay casas que dan a la playa; tierra adentro, el terreno asciende y existen quintas de recreo con vista al mar. Ni qué decir que todos estos balnearios tienen su almacén, su boliche y su club.

Ahora están restaurando el Castillo Pittamiglio, en el camino que une Las Flores con la ruta interbalnearia. Pittamiglio fue uno de los hombres más interesantes de mediados del siglo pasado en el Uruguay: político, ocultista, masón y reconocido homosexual. Amigo de Piria, del que hablaremos más adelante, construyó su casa de verano con torreones de castillo medieval y corredores escondidos. Le conozco solo la fachada, en cuanto esté visible merece una visita.

Playa Verde

Playa Verde es un mundo aparte: la entrada apenas se ve desde la ruta 10 y está por completo del lado del mar. Los veraneantes son fieles a su balneario recóndito y no lo cambian por nada del mundo. También tiene dos playas y un excelente restaurante que abre todos los fines de semana del año. Un amigo mío tiene en Playa Verde una casa barco de arquitectura racionalista que Le Corbusier hubiera aplaudido. Además de la casa, tiene en el balneario un grupo de amigos, ya todos bastante veteranos, fieles hasta la muerte. Hay algo de fidelidad en la gente de aquí cuyas causas renuncio a comprender, me alcanza con que exista.

Playa Hermosa y Playa Grande

Después de una recorrida por Playa Verde, salimos otra vez a la ruta y seguimos rumbo a Playa Hermosa y Playa Grande, con sus hoteles de mediados del siglo XX y el sortilegio de las galerías rodeadas de hortensias y las sillas de jardín con almohadones de lona rayada, las dos con preciosas playas. Aquí no nos detuvimos más que para tomar algunas fotos.

Poco antes de llegar a Piriápolis está La Corniche, un restaurante de cocina de autor que hasta hace unos años fue Vértigo, la discoteca que frecuentaron todos los jóvenes de la zona.

Piriápolis

Imposible hablar de Piriápolis sin recordar al pionero Francisco Piria (1847 - 1933), emprendedor de origen italiano y sueños —o delirios— de grandeza, que dejó una ciudad con su nombre a orillas del Río de la Plata, una casa en Montevideo que hoy es la sede de la Suprema Corte de Justicia y otra cerca de Piriápolis —la ciudad de fantasía hecha realidad— conocida como Castillo de Piria y convertida en museo. Además de su habilidad para los negocios, tuvo actividad intelectual y política y saberes de la Cábala y la Alquimia que llevan a que muchos atribuyan a Piriápolis cualidades energéticas y magnéticas especiales y, a sus monumentos, simbologías místicas al alcance de cualquiera que quiera profundizar en ellas.

Piria forestó gran parte de la costa del departamento de Maldonado, se dedicó a los negocios inmobiliarios y agrícolas y extrajo granito del cerro Pan de Azúcar. En 1890 escribió de la ensenada donde establecería la ciudad: “Habíamos recorrido media Europa, visitando la mayor parte de sus balnearios, sus montañas, bosques, valles, sitios veraniegos y recreativos, vistas tantas bellezas los inmensos tesoros y sin embargo aquél rincón encantador nos cautivó. Ver esa localidad y apasionarnos de ella todo fue uno”. Construyó el “Hotel Piriápolis” sobre la ancha playa de arenas doradas dotándolo de alfombras persas, cristales de Murano, muebles europeos, vajilla de Limoges y un largo etcétera. En 1916 se inauguró el puerto —esencial para la llegada de turistas argentinos—, y la costanera copió a la de Niza, dejó el hotel y los terrenos loteados del lado de tierra y le ganó varios metros a la playa y a los desaparecidos médanos.

En 1930 Francisco Piria inauguró el Argentino Hotel, en su momento el más grande de Sudamérica. El primer hotel es ahora una colonia de vacaciones de la enseñanza pública. Piriápolis creció en los años cuarenta y cincuenta y tiene una vida económica y cultural propia, con más de ocho mil habitantes permanentes. A 97 km al este de Montevideo y 35 antes de llegar a Punta del Este, esta ciudad y sus alrededores ofrecen servicios, actividades y paisajes para todos los gustos.

Piriápolis cuenta con hoteles, casino, cine, restaurantes, pubs, discotecas, paseos de compras, grandes supermercados, puerto de yates, deportes náuticos, etc., en una ensenada natural única en Uruguay, ya que reúne colinas y un mar casi siempre verde y manso en un país de llanuras y mares embravecidos. Durante todo el año se organizan eventos, algunos de ellos de alcance internacional, entre los que puedo citar la carrera 8K Doble San Antonio, regatas náuticas, competencias de deportes de playa y mountain bike, carreras automovilísticas, una paella para dos mil personas y todo tipo de espectáculos, tanto privados —en hoteles o clubes— como públicos, estos últimos en el marco de las giras de artistas nacionales correspondientes al programa estival del Ministerio de Turismo.

Se puede subir en aerosilla o en auto al cerro San Antonio, desde donde la panorámica abarca hasta los no tan lejanos edificios de Punta del Este. En el cerro Pan de Azúcar existe una reserva de fauna autóctona, un eco parque aventura y está coronado por una gran cruz de cemento. La subida se realiza a pie y se demora unas dos horas en llegar a la cima. Allí la vista es espectacular y las veces que emprendimos el ascenso con mis hijos o amigos nos vimos ampliamente recompensados. Subir un cerro, aunque en este caso no tenga más que 423 m., siempre es un desafío gratificante. ¡Y en Uruguay es uno de los puntos más altos!

Mi hermana y yo tomamos el té en el Argentino Hotel. El entorno es fascinante, estamos en una mesa con vista al mar y atravesamos el lobby iluminado por vitrós, con su escalera de mármol de Carrara y delicadísimas lámparas de cristales. El estilo es tan ecléctico que es imposible definirlo.

San Francisco

Continuamos el viaje hacia San Francisco, un balneario que no hace muchos años era un bosque abigarrado y que tiene, para mi gusto, la mejor playa de la zona, con médanos, ancha y de arena muy fina y blanca. Aquí el mar ya es siempre mar, aunque oficialmente el Río de la Plata termine en Punta del Este. ¿Quién puede ponerle límites a una materia tan movediza como el agua?

Punta Colorada

Punta Colorada es un promontorio con casas sencillas, sin pretensiones, a pesar de su vista privilegiada. Un poquitín tierra adentro, mi hijo Pablo y sus ex compañeros de scouts hicieron innumerables campamentos, hasta que les edificaron su claro del bosque. Todos los balnearios crecen, con la bonanza económica que hemos tenido en los últimos años. Y se acaban los claros del bosque…

Punta Negra y después…

Antes, Punta Colorada era el fin de la ruta 10 y sigue siendo el destino final de los buses. Sin embargo, ahora la carretera sigue, rebasa Punta Negra —con las rocas que le dan el nombre, la playa encrespada y peligrosa y olas más que suficientes para surfear— y llega a pocos kilómetros de Portezuelo. Allí, al final de todo, comienzan a surgir algunos ranchos en el medio de la nada.   

Desde Punta Negra se puede seguir hacia Punta del Este por un camino de tierra que sube en dirección noreste hasta la ruta interbalnearia a la altura, casi, de Portezuelo. O, como nosotras, dar la vuelta y emprender el regreso a Solís, contentas de haber visto una zona conocida con ojos nuevos y asombrados.

Bellavista otra vez

El balneario Bellavista está señalado por enormes boyas a lo largo de la carretera. Allí tiene casa la familia de mi marido, desde mucho antes de que yo lo conociera. En Bellavista veraneamos desde que regresamos de España hace veintisiete años, pasamos incontables fines de semana y muchas vacaciones de invierno. Allí se empatotaron mis hijos y sobrinos y crecieron con la barra del balneario. Por eso lo dejé para cerrar la nota con algo personal.

Bellavista fue, en su tiempo, un balneario exclusivo: unas pocas calles de tierra que lotearon los Aznárez, estancieros de la zona y dueños de la hostería frente al mar. Los Aznárez no le vendían los terrenos a cualquiera. Hace un par de décadas, en un momento malo del campo, la venta se aceleró y Bellavista se amplió y pobló de casas de todo tipo. Hay gente que vive allí todo el año, algunos matrimonios jubilados que van a Montevideo por el día a ver a la familia, algunos europeos que trabajan por internet, algunos argentinos que viven de rentas. Todos nos conocemos.

La playa es casi toda de canto rodado: que haya o no zonas de arena y se pueda entrar al agua sin zapatos de goma depende de las tormentas que se llevan y traen las piedras. Ese es uno de los temas de conversación de cada verano: ¿Hay playa?, preguntamos si queremos saber si hay arena.

De todas maneras, para mí lo mejor de Bellavista está hacia el otro lado, cuando trepo la portera y entro al campo con vista a la Sierra de las Ánimas. Este verano me hice amiga de los caballos y si no me animé a montarlos a pelo fue porque son demasiado altos y no pude acercarlos al alambrado. Saqué allí casi todas las fotos de mi colección de aves del Uruguay. Tengo a Bellavista en el corazón, con todos los asados del 31 de diciembre para recibir tantos años nuevos, los de las vacas flacas y los de las vacas gordas, con el canto agudo de las gallinetas silvestres que te despierta al amanecer, con todos los recuerdos de mis hijos y sobrinos creciendo juntos, con la casa siempre llena que también ha crecido, aunque a veces aún no alcanza y es preciso armar carpas en el jardín. Bellavista es un lugar más para casi todo el mundo. Para mí, es el lugar en el mundo donde siempre quisiera estar.

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