Los sitios para veranear más
concurridos en Uruguay están en las costas de los departamentos de Maldonado y
Rocha, sobre el océano Atlántico. Punta del Este es el más importante y
conocido a nivel internacional, sin embargo, no es el único. Existen otros no
tan famosos que bien vale la pena conocer. Con ojos de uruguaya nuestra
corresponsal Gloria Algorta describe el carácter de la serie de balnearios que
usted encontrará desde Solís a Punta Negra, en el departamento de Maldonado.
He ido tantas veces a
Piriápolis y a sus alrededores que me costó descubrir que se merecían una nota.
A veces pasa con las cosas que para uno son cotidianas. Decidí entonces
recorrer la zona con ojos nuevos, como si lo hiciera por primera vez.
Solís
Salí hacia el este
desde la terminal de Montevideo y, apenas cruzar el arroyo Solís Grande, en el
km 82, me encontré en el balneario Solís, donde me esperaba mi hermana que
tiene casa allí y me iba a acompañar en el recorrido. Para ella, Solís es un
refugio de paz en las vacaciones y los fines de semana. Casi todas las calles
son de tierra y desde el deck de su
casa solo se oye el canto de las aves y el tintineo del llamador de ángeles de
un vecino invisible. Almorzamos en el emblemático hotel Alción, que divide las
dos playas. Fundado por los ingleses del ferrocarril, en Solís vemos jardines
de tradición británica, señoras del Garden Club, y todavía se puede oír a
familias que hablan inglés bajo las sombrillas. Paradójicamente, el mejor
restaurante de Solís es de cocina armenia. La particularidad de este balneario
es el encanto del arroyo, donde a veces entra el agua del mar. Aquí hemos
combinado baños salados y dulces atravesando solo un centenar de metros de
playa pedregosa. El arroyo se derrama en el mar con una boca ancha, ideal para
los deportes náuticos y los atardeceres hermosos. Junto al límite opuesto de
Solís, a orillas del arroyo Espinas, visitamos una construcción de madera para
el avistamiento de aves y ¡oh, sorpresa!, no solo vimos aves sino también carpinchos,
un enorme roedor autóctono presente desde Panamá hasta la provincia de Buenos
Aires, conocido en otros países como capybara o chigüiro.
Bellavista
Desde Solís hasta
Punta Negra, pasando por Piriápolis, la Ruta 10 corre junto a la costa. El balneario
siguiente es Bellavista, pero no lo describiré hasta el final de esta nota, por
razones que voy a explicar más adelante.
Las Flores
Seguimos hasta Las
Flores, donde las encantadoras casitas más antiguas son de piedra y madera y
datan del tiempo de los ingleses del ferrocarril. La carretera divide a Las
Flores en dos y hay casas que dan a la playa; tierra adentro, el terreno
asciende y existen quintas de recreo con vista al mar. Ni qué decir que todos
estos balnearios tienen su almacén, su boliche y su club.
Ahora están
restaurando el Castillo Pittamiglio, en el camino que une Las Flores con la
ruta interbalnearia. Pittamiglio fue uno de los hombres más interesantes de
mediados del siglo pasado en el Uruguay: político, ocultista, masón y
reconocido homosexual. Amigo de Piria, del que hablaremos más adelante,
construyó su casa de verano con torreones de castillo medieval y corredores
escondidos. Le conozco solo la fachada, en cuanto esté visible merece una
visita.
Playa Verde
Playa Verde es un
mundo aparte: la entrada apenas se ve desde la ruta 10 y está por completo del
lado del mar. Los veraneantes son fieles a su balneario recóndito y no lo
cambian por nada del mundo. También tiene dos playas y un excelente restaurante
que abre todos los fines de semana del año. Un amigo mío tiene en Playa Verde
una casa barco de arquitectura racionalista que Le Corbusier hubiera aplaudido.
Además de la casa, tiene en el balneario un grupo de amigos, ya todos bastante
veteranos, fieles hasta la muerte. Hay algo de fidelidad en la gente de aquí
cuyas causas renuncio a comprender, me alcanza con que exista.
Playa Hermosa y Playa Grande
Después de una
recorrida por Playa Verde, salimos otra vez a la ruta y seguimos rumbo a Playa
Hermosa y Playa Grande, con sus hoteles de mediados del siglo XX y el sortilegio
de las galerías rodeadas de hortensias y las sillas de jardín con almohadones
de lona rayada, las dos con preciosas playas. Aquí no nos detuvimos más que
para tomar algunas fotos.
Poco antes de llegar a
Piriápolis está La Corniche, un restaurante de cocina de autor que hasta hace
unos años fue Vértigo, la discoteca que frecuentaron todos los jóvenes de la
zona.
Piriápolis
Imposible hablar de
Piriápolis sin recordar al pionero Francisco Piria (1847 - 1933), emprendedor
de origen italiano y sueños —o delirios— de grandeza, que dejó una ciudad con
su nombre a orillas del Río de la Plata, una casa en Montevideo que hoy es la
sede de la Suprema Corte de Justicia y otra cerca de Piriápolis —la ciudad de fantasía
hecha realidad— conocida como Castillo de Piria y convertida en museo. Además
de su habilidad para los negocios, tuvo actividad intelectual y política y
saberes de la Cábala y la Alquimia que llevan a que muchos atribuyan a
Piriápolis cualidades energéticas y magnéticas especiales y, a sus monumentos,
simbologías místicas al alcance de cualquiera que quiera profundizar en ellas.
Piria forestó gran
parte de la costa del departamento de Maldonado, se dedicó a los negocios
inmobiliarios y agrícolas y extrajo granito del cerro Pan de Azúcar. En 1890
escribió de la ensenada donde establecería la ciudad: “Habíamos recorrido media Europa, visitando la mayor parte de sus
balnearios, sus montañas, bosques, valles, sitios veraniegos y recreativos,
vistas tantas bellezas los inmensos tesoros y sin embargo aquél rincón
encantador nos cautivó. Ver esa localidad y apasionarnos de ella todo fue uno”.
Construyó el “Hotel Piriápolis” sobre la ancha playa de arenas doradas
dotándolo de alfombras persas, cristales de Murano, muebles europeos, vajilla
de Limoges y un largo etcétera. En 1916 se inauguró el puerto —esencial para la
llegada de turistas argentinos—, y la costanera copió a la de Niza, dejó el
hotel y los terrenos loteados del lado de tierra y le ganó varios metros a la
playa y a los desaparecidos médanos.
En 1930 Francisco
Piria inauguró el Argentino Hotel, en su momento el más grande de Sudamérica. El
primer hotel es ahora una colonia de vacaciones de la enseñanza pública.
Piriápolis creció en los años cuarenta y cincuenta y tiene una vida económica y
cultural propia, con más de ocho mil habitantes permanentes. A 97 km al este de
Montevideo y 35 antes de llegar a Punta del Este, esta ciudad y sus alrededores
ofrecen servicios, actividades y paisajes para todos los gustos.
Piriápolis cuenta con hoteles,
casino, cine, restaurantes, pubs, discotecas, paseos de compras, grandes
supermercados, puerto de yates, deportes náuticos, etc., en una ensenada
natural única en Uruguay, ya que reúne colinas y un mar casi siempre verde y
manso en un país de llanuras y mares embravecidos. Durante todo el año se
organizan eventos, algunos de ellos de alcance internacional, entre los que puedo
citar la carrera 8K Doble San Antonio, regatas náuticas, competencias de
deportes de playa y mountain bike,
carreras automovilísticas, una paella para dos mil personas y todo tipo de espectáculos,
tanto privados —en hoteles o clubes— como públicos, estos últimos en el marco
de las giras de artistas nacionales correspondientes al programa estival del
Ministerio de Turismo.
Se puede subir en
aerosilla o en auto al cerro San Antonio, desde donde la panorámica abarca
hasta los no tan lejanos edificios de Punta del Este. En el cerro Pan de Azúcar
existe una reserva de fauna autóctona, un eco parque aventura y está coronado
por una gran cruz de cemento. La subida se realiza a pie y se demora unas dos
horas en llegar a la cima. Allí la vista es espectacular y las veces que
emprendimos el ascenso con mis hijos o amigos nos vimos ampliamente
recompensados. Subir un cerro, aunque en este caso no tenga más que 423 m.,
siempre es un desafío gratificante. ¡Y en Uruguay es uno de los puntos más
altos!
Mi hermana y yo tomamos
el té en el Argentino Hotel. El entorno es fascinante, estamos en una mesa con
vista al mar y atravesamos el lobby
iluminado por vitrós, con su escalera de mármol de Carrara y delicadísimas
lámparas de cristales. El estilo es tan ecléctico que es imposible definirlo.
San Francisco
Continuamos el viaje hacia
San Francisco, un balneario que no hace muchos años era un bosque abigarrado y
que tiene, para mi gusto, la mejor playa de la zona, con médanos, ancha y de
arena muy fina y blanca. Aquí el mar ya es siempre mar, aunque oficialmente el
Río de la Plata termine en Punta del Este. ¿Quién puede ponerle límites a una
materia tan movediza como el agua?
Punta Colorada
Punta Colorada es un promontorio
con casas sencillas, sin pretensiones, a pesar de su vista privilegiada. Un
poquitín tierra adentro, mi hijo Pablo y sus ex compañeros de scouts hicieron
innumerables campamentos, hasta que les edificaron su claro del bosque. Todos
los balnearios crecen, con la bonanza económica que hemos tenido en los últimos
años. Y se acaban los claros del bosque…
Punta Negra y después…
Antes, Punta Colorada era
el fin de la ruta 10 y sigue siendo el destino final de los buses. Sin embargo,
ahora la carretera sigue, rebasa Punta Negra —con las rocas que le dan el
nombre, la playa encrespada y peligrosa y olas más que suficientes para
surfear— y llega a pocos kilómetros de Portezuelo. Allí, al final de todo,
comienzan a surgir algunos ranchos en el medio de la nada.
Desde Punta Negra se
puede seguir hacia Punta del Este por un camino de tierra que sube en dirección
noreste hasta la ruta interbalnearia a la altura, casi, de Portezuelo. O, como
nosotras, dar la vuelta y emprender el regreso a Solís, contentas de haber
visto una zona conocida con ojos nuevos y asombrados.
Bellavista otra vez
El balneario
Bellavista está señalado por enormes boyas a lo largo de la carretera. Allí
tiene casa la familia de mi marido, desde mucho antes de que yo lo conociera.
En Bellavista veraneamos desde que regresamos de España hace veintisiete años,
pasamos incontables fines de semana y muchas vacaciones de invierno. Allí se
empatotaron mis hijos y sobrinos y crecieron con la barra del balneario. Por
eso lo dejé para cerrar la nota con algo personal.
Bellavista fue, en su
tiempo, un balneario exclusivo: unas pocas calles de tierra que lotearon los Aznárez,
estancieros de la zona y dueños de la hostería frente al mar. Los Aznárez no le
vendían los terrenos a cualquiera. Hace un par de décadas, en un momento malo
del campo, la venta se aceleró y Bellavista se amplió y pobló de casas de todo
tipo. Hay gente que vive allí todo el año, algunos matrimonios jubilados que
van a Montevideo por el día a ver a la familia, algunos europeos que trabajan
por internet, algunos argentinos que viven de rentas. Todos nos conocemos.
La playa es casi toda
de canto rodado: que haya o no zonas de arena y se pueda entrar al agua sin
zapatos de goma depende de las tormentas que se llevan y traen las piedras. Ese
es uno de los temas de conversación de cada verano: ¿Hay playa?, preguntamos si
queremos saber si hay arena.
De todas maneras, para
mí lo mejor de Bellavista está hacia el otro lado, cuando trepo la portera y
entro al campo con vista a la Sierra de las Ánimas. Este verano me hice amiga
de los caballos y si no me animé a montarlos a pelo fue porque son demasiado
altos y no pude acercarlos al alambrado. Saqué allí casi todas las fotos de mi colección
de aves del Uruguay. Tengo a Bellavista en el corazón, con todos los asados del
31 de diciembre para recibir tantos años nuevos, los de las vacas flacas y los
de las vacas gordas, con el canto agudo de las gallinetas silvestres que te
despierta al amanecer, con todos los recuerdos de mis hijos y sobrinos
creciendo juntos, con la casa siempre llena que también ha crecido, aunque a
veces aún no alcanza y es preciso armar carpas en el jardín. Bellavista es un
lugar más para casi todo el mundo. Para mí, es el lugar en el mundo donde
siempre quisiera estar.
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