En 1945 Gabriela Mistral fue la primera
latinoamericana en obtener el Premio Nobel de Literatura. Poeta y ensayista, se
convirtió en un mito chileno y latinoamericano, que permaneció en el imaginario
como la humilde maestra rural que escribió rondas infantiles y poemas de amor, con
una angustiada vocación de maternidad frustrada.
Nació en 1889 como Lucila Godoy en Vicuña, una
ciudad pequeña del Valle de Elqui, rodeada de montañas. Su padre fue un maestro
de escuela que abandonó a su familia cuando ella tenía sólo tres años. A su
madre, modista, le dedicó numerosísimos poemas. Viuda de un hombre y abandonada
de otro, la madre tuvo una hija de cada uno de ellos: Emelina y, quince años después,
Lucila.
Fue Emelina quien dio a Gabriela una educación
básica. La formación de la futura escritora no fue muy institucionalizada por
las mudanzas continuas, obligadas por las penurias económicas familiares. Su
avidez por aprender le abrió las puertas de la biblioteca de un benefactor y se
convirtió en una auténtica autodidacta. A los catorce años comenzó a publicar
artículos y poemas en modestos periódicos de Villa La Serena y Vicuña. La
Escuela Normal de La Serena le denegó el ingreso por considerar “revolucionarios”
algunos de esos artículos. Así y todo, desde los dieciséis años Gabriela enseñó
en las escuelas de pequeños pueblos del Norte chileno. A los 21 años dio un
examen de competencia en una Escuela Normal de Santiago, con resultados excelentes,
y después ejerció la docencia secundaria en ciudades y pueblos a lo largo de
todo Chile.
Fue antes, aun en el Norte, donde Gabriela se
enamoró de un joven ferroviario que se suicidó por deudas en 1909 cuando el
noviazgo, si es que lo hubo, ya había terminado. Romelio Ureta entró en la
historia literaria como el inspirador de Los Sonetos de la Muerte y otras obras
trágicas de la poeta. Sin embargo, la correspondencia de Gabriela habla de
otros hombres anteriores a Ureta. De todos modos, estudiosos de Mistral
aseguran la poeta atesoró el ánimo sombrío despertado por el suicidio de
Romelio para escribir muchos de sus versos dolorosos, enaltecidos de
misticismo.
Los Sonetos de la Muerte ganaron los Juegos
Florales de 1914. A partir de entonces, la fama de Gabriela Mistral comenzaría
a abrirse camino, poco a poco, dentro y fuera de fronteras.
Mientras tanto, ella siguió deambulando por las
escuelas de Chile, mientras publicaba poemas y ensayos en periódicos y revistas.
A partir de 1918 fue directora de Liceos en diversas ciudades. En Temuco alentó
el talento del adolescente Pablo Neruda, el otro Premio Nobel de Literatura de
Chile. Los dos de origen muy humilde, escritores precoces, activistas,
diplomáticos. Uno fue del mar y otra de la montaña, uno del Sur y otra del
Norte, los dos del Chile al que, a pesar de la vida errante, nunca dejaron de
pertenecer.
Durante esos años Gabriela mantuvo una fluida
correspondencia amorosa con el poeta chileno Manuel Magallanes Moure. Gabriela
se negaba a la prueba de amor que Magallanes Moure le pedía; escribió: “Tu esfuerzo es capaz, creo, de matarme las
imágenes innobles que me hacen el amor sensual cosa canalla y salvaje”. Dice
Volodia Teitelboin en un estudio publicado en 1991: “El amante frustrado (…) la acorrala a preguntas. Por fin ella, en pocas
palabras, lo confiesa que arrastra desde su niñez cierto trauma producido por
un hecho brutal. Un mocetón que iba a su casa la violó cuando ella tenía siete
años”.
Pero este estudio es anterior a que la Biblioteca
Nacional de Chile recibiera el legado inédito de Mistral. Pasaron muchos años antes
de que nuevos elementos permitieran otras posibles explicaciones.
En 1922, acabada la revolución, el presidente
Obregón gobernaba México. Su Secretario de Educación Pública pasó por Chile,
conoció a Gabriela y la invitó a colaborar en la creación de bibliotecas
populares. Era la primera vez que la escritora salía de Chile. Tenía 33 años, viajó
con la escultora y pintora chilena Laura Rodig y las recibió la mexicana Palma
Guillén, cuya amistad duraría toda la vida. Era el México posrevolucionario,
indigenista y fermental, el de Diego Rivera, Siqueiros, Orozco y tantos otros.
La experiencia en el país azteca la marcó para siempre y amó esa tierra que la
recibió con los brazos abiertos. Sin embargo, fue resistida por algunos que
cuestionaron la importancia de “la extranjera” y se alejó de allí con dolor
después de 2 años.
Entre tanto, en Nueva York, el presidente del
Instituto de las Españas, leyó un día ante sus colegas algunos poemas de la
chilena. ¿Y dónde están sus libros?, preguntaron admirados. Gabriela no tenía
ningún libro publicado. Paradojalmente, fue en Nueva York donde se publicó el primero,
“Desolación”.
De México fue a Estados Unidos, donde dictó clases
y conferencias en universidades. Regresó a Chile en 1925, después de la
publicación de “Ternura”, su segundo poemario, pero no por mucho tiempo: al año
siguiente partió hacia Europa. Después, viajó por Centroamérica y finalmente,
en 1932, obtuvo el cargo de cónsul vitalicia que ejerció en varias ciudades de
Europa y en Petrópolis (Brasil). Gabriela era hacía tiempo la viajera
“desasida” que sólo regresaría a su patria por cortos períodos. “¿De qué huye Gabriela?”, se pregunta
Volodia Teitelboin, en el estudio citado.
En 1938 publicó su tercer libro de poesía,
“Tala”, en la editorial de la argentina Victoria Ocampo, con quien mantuvo
fuertes vínculos, principalmente epistolares. Ese mismo año pasó una temporada
en Chile, después de trece de ausencia.
Gabriela tuvo un hijo adoptivo, Yin-Yin. A una
amiga le escribió que era un sobrino, a otra, hijo de una amiga. Algunos creen
que Yin-Yin fue un hijo carnal de Gabriela, aunque la versión más verosímil
parece ser la del sobrino. Entre Palma Guillén y Mistral criaron al niño.
Gabriela lo quiso con pasión. En Petrópolis ocurrió la tragedia en 1943:
Yin-Yin murió a los 18 años envenenado con arsénico. Una vez más el suicidio golpeaba
a Gabriela y, en esta ocasión, en la persona más querida. La poeta se deprimió
hasta orillar la locura. Guillén corrió junto a su amiga al enterarse y no la
abandonó hasta que estuvo segura de que la vida y la salud mental de Gabriela
estaban a salvo.
Poco tiempo después ocurrió “eso de Estocolmo”.
Así se refería la escritora al Premio Nobel, recibido en 1945. Desde entonces
se sucedieron los reconocimientos, los doctorados honoris causa, y se
multiplicaron las conferencias, las reediciones y traducciones de su obra.
Gabriela fue nombrada cónsul en Los Ángeles y fijó
su residencia en Santa Bárbara, California. Regresó por tercera y última vez a
Chile, desde que lo dejara a los 33 años, para recibir el Premio Nacional de
Literatura y lanzar su cuarto poemario, “Lagar”, en 1952. En Santa Bárbara
escribió su última obra, el “Poema de Chile”, publicado en forma póstuma.
Doris Dana era una bella escritora neoyorkina
de veintisiete años y familia aristocrática. Admiradora de Gabriela, en 1948 le
envió un ensayo de Mistral traducido por ella, junto a una carta expresándole
su devoción. Gabriela la invitó a California. Así nació un amor que se
prolongaría nueve años. La relación lésbica entre Gabriela y una mujer 31 años menor,
considerada oficialmente su “asistente personal”, sólo se confirmó después de
la muerte de Doris Dana en 2006, heredera y albacea literaria de Gabriela.
Doris Atkinson, sobrina de Dana, donó a la Biblioteca Nacional de Chile un
tesoro mistraliano de 168 cajas con poemas inéditos, manuscritos, fotos y otros
documentos.
Gabriela murió en l957 en Long Island, donde
vivía con su amiga y amante, a quien a veces comparaba con Yin-Yin. Las cartas
que Mistral le escribió a Doris Dana se publicaron en 2009 con el título de
“Niña Errante”.
El legado que la heredera de Doris Dana donó a
Chile es crucial para descifrar a la magnífica Gabriela Mistral. Un verdadero
tesoro para sus estudiosos y lectores, que ahora pueden releerla y disfrutarla
bajo otra luz.
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