martes, 10 de agosto de 2010

Experiencias con Saramago

Publicado en Panorama de agosto:

          En 1998 iba yo a un taller de escritura. Después de las primeras consignas que apuntaban a que nos desinhibiéramos y aprendiéramos algunas técnicas básicas, estábamos trabajando sobre el extrañamiento, el encuentro de culturas, los viajes o algo por el estilo. En ese marco fue que la coordinadora del taller, Elena Romiti, nos dio un fragmento de la novela Memorial del Convento (1982) de José Saramago y, cuando le pregunté por ese escritor que nunca había oído nombrar, me lo recomendó sin dudar.


          Compré, pues, Memorial del Convento y me encontré con una literatura distinta y fascinante. La novela cuenta la historia de Blimunda y Baltasar, sobre el fondo de la construcción de un convento de dimensiones titánicas y las tribulaciones de un rey que no consigue descendencia que lo suceda, entre el boato de la corte portuguesa del siglo XVIII. Blimunda y Baltasar son personas pobrísimas, como el propio Saramago lo fue en la infancia, y tienen tan naturalizado el no saber qué comerán al día siguiente que viven al día, se aman y no guardan rencores, aunque sí experimentan -junto con el lector- cierta perplejidad ante el mundo, que no alcanzan a catalogar como injusto porque las categorizaciones están más allá de las preocupaciones cotidianas.
          En setiembre de ese año, en la Feria del Libro de Montevideo, el invitado extranjero más importante, por lejos, fue Saramago. Su conferencia coincidía con el horario del taller de escritura y decidimos sustituir la sesión del taller por la asistencia a la Feria del Libro. Fuimos en patota. Habríamos quizás doscientas personas en aquella conferencia, que introdujo la poeta uruguaya Gladys Castelvecchi.
          No me acuerdo demasiado de la conferencia, pero sí recuerdo dos cosas. La primera, es que alguien le preguntó por qué escribía los diálogos separados con comas en vez de utilizar los tradicionales guiones y por qué no utilizaba en ellos los signos de interrogación o admiración. Seguramente le harían esa pregunta adonde quiera que fuera. El escritor parecía un hombre que aún no se acababa de creer la capacidad de aglutinar doscientas personas en una sala de conferencias para hablar de sus libros. Con una pizca de humor hacia sí mismo y otra hacia el auditorio, contestó que los seres humanos no hablamos con guiones. Que quien oye una historia contada a viva voz, no ve los signos de puntuación y la entiende igual. Contó que para escribir “Alzado del Suelo” (1980), su novela consagratoria, había recogido decenas de historias de campesinos en los pueblos portugueses y que había ensayado con ese libro su particular estilo, al intentar pasar la oralidad de los relatos al lenguaje escrito con la máxima fidelidad posible.
          La otra pregunta que recuerdo, en realidad no la recuerdo, pero trataba sobre la informática y la escritura, o tal vez la lectura. Como la pregunta se perdió en los agujeros negros de la memoria, también lo hizo la respuesta. Sin embargo, fue el fin de la conferencia que culminó con estas palabras de Saramago: “Se puede llorar sobre un libro abierto, pero ¿quién puede llorar sobre un disco duro?”
          Un mes después, Saramago fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura y su nombre, imágenes y libros recorrieron el mundo. Aquellos que nos miraban interrogantes, como preguntando “¿Quién conoce a ese escritor a quien vas a escuchar a la Feria del Libro?”, nos respetaron porque habíamos descubierto a Saramago antes que ellos. Valga en descargo de nuestra ignorancia decir que Saramago era un escritor conocido y respetado en los ámbitos literarios, pero no era en modo alguno tan popular como lo fue después del Nobel.
          Sin embargo, muchos fueron los que lo leyeron y admiraron antes que los humildes integrantes del taller de escritura. A Gladys Castelvecchi alguien le regaló “El Evangelio Según Jesucristo” (1991). Acababa de morírsele por segunda vez un hijo y estaba muy deprimida. Poeta y profesora de Literatura, el libro la impactó. Le escribió a José Saramago sin ninguna pretensión de respuesta -Gladys, al contrario que yo, sabía que era un escritor destacado, con importantes premios internacionales en su haber-. Para su sorpresa, a vuelta de correo recibió todos los libros de Saramago junto a una carta en donde le decía que si El Evangelio… la había arrancado una sonrisa en las circunstancias dificilísimas que atravesaba, sólo por eso valía la pena haberlo escrito.
          Ella le contestó y, entre carta y carta, nació una fuerte amistad. Tenían, entre otras afinidades y sin contar la literatura, la misma edad y el carnet de afiliación al Partido Comunista. Cuando, años después, Alfaguara patrocinó el viaje a Uruguay de Saramago para su conferencia en la Feria del Libro, él puso una condición: conocer a Gladys Castelvecchi.
          Alicia Escardó era una de las compañeras de aquel taller de escritura que fue en patota a ver la conferencia de un Saramago a quien apenas conocía. Al año siguiente, las dos dejamos el taller y seguimos viéndonos de vez cuando. En 2002, Alicia editaba Letra Nueva, una revista literaria que le llevaba la vida entera, la vida que le dejaban libre la familia y el trabajo. Una mañana de sábado estaba en una librería de la Ciudad Vieja de Montevideo, en las vueltas de la revista, cuando, como quien no quiere la cosa, entraron Saramago y su mujer, Pilar del Río, acompañados del escritor uruguayo Tomás de Mattos, un escritor profundamente cristiano que, por aquellos tiempos, acababa de publicar una espectacular novela sobre la vida de Jesús, La Puerta de la Misericordia.
          Alicia se quedó helada. No podía creer que tenía a Saramago literalmente al alcance de la mano. En Montevideo cualquiera puede encontrarse con Tomás de Mattos o famosos políticos, futbolistas o personajes de la cultura o el espectáculo. Pero encontrarse de repente frente a un escritor laureado con el Nobel es, para una apasionada de la literatura, una experiencia casi mística. Finalmente, salió del éxtasis, se atrevió a hablarle de Letra Nueva y, al verlo tan interesado, regalarle un ejemplar de la revista. Hablaron de las dificultades del emprendimiento en tiempos de durísima recesión. “Esfuerzo de algunos con apoyo de muy pocos”, dijo Saramago mientras hojeaba Letra Nueva. Ella atinó a decirle que en el número siguiente iba a relatar el extraordinario encuentro. Él le pidió que se lo enviara y terminaron con intercambio de correos electrónicos y direcciones. Alicia salió como flotando por las calles de la Ciudad Vieja.
          No acaba ahí la historia de mi amiga con Saramago. Ella le envió el número prometido de Letra Nueva y recibió de Pilar una cariñosa respuesta por email, en donde la invitaba a visitarlos si llegaba a pasar por Lanzarote o Lisboa. Han pasado ocho años y a ella todavía le brillan los ojos de excitación cuando lo cuenta.
          Saramago murió en junio y yo ahora sí he leído muchas de sus novelas. Tenía edad para morir y sin embargo me conmuevo. El no me conoció, claro, pero yo sí a él, o al menos conocí al escritor y al hombre que él mostraba en público y que cuentan los otros que era. En el discurso de recepción del Premio Nobel, homenajeó al abuelo: “El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir”, y recordó las palabras de la abuela: “El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir”.
          Cuenta en el diario español El País la escritora colombiana Laura Restrepo que, en los últimos tiempos, a él le había dado por repetir esas palabras como un presagio. Se pregunta “por qué las novelas de Saramago llegan tan hondo y estremecen de tal manera, de dónde tanta intensidad, tan dolorosa belleza, y la mejor respuesta que encuentro sigue siendo la misma: porque la verdad de su prosa y la resonancia de su poesía propician el regreso a casa, a la casa del hombre, de la mujer, a ese lugar donde por fin somos quienes somos, donde logramos acercarnos los unos a los otros y descubrimos el rincón que nos corresponde en la historia colectiva…”.

Vida y obra en muy pocas palabras.

          José Saramago nació en 1922 en Azinhaga, a unos 100 kilómetros de Lisboa. En esa capital se radicó con sus padres pocos años después, con la pobreza a cuestas y sin olvidar nunca esas raíces campesinas. Dejó la escuela para trabajar y se formó en la biblioteca pública.
          No fue un escritor precoz. Después de una novela de los años cuarenta, no volvió a publicar hasta cumplidos los cincuenta, aunque sí tuvo una gran actividad como periodista. La novela que lo hizo masivamente popular fue Ensayo sobre la Ceguera (2005), llevada al cine por el director Fernando Meirelles con la actuación de Julianne Moore y Gael García Bernal.
          Saramago tuvo siempre una fuerte preocupación por los desfavorecidos (a quienes presta su voz en los libros) que lo llevó a afiliarse al Partido Comunista, aunque se declaró un comunista heterodoxo. Fue un ateo tan preocupado por las cuestiones religiosas que dedicó una novela a rescatar la figura de Jesucristo y otra a la de Caín. Se pronunció por todas las causas en favor de un mundo más justo, desde las dictaduras de América Latina, la guerra de Irak, el olvido de África, el medioambiente o la violencia contra las mujeres, por citar algunas. Elo le granjeó la discrepancia de muchos, pero no perdió el respeto de todos. El español Juan Cruz le llamó “la conciencia del mundo”.
          Escribió 39 obras, entre las que se destacan: Alzado del Suelo, Historia del Cerco de Lisboa, Memorial del Convento, El Año de la Muerte de Ricardo Reis, La Balsa de Piedra, Todos los Nombres, La Caverna, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la Ceguera, El Hombre Duplicado, Las Intermitencias de la Muerte, Ensayo sobre la Lucidez, Las Pequeñas Memorias, El Viaje del Elefante y Caín. Al parecer dejó una obra póstuma sobre el tráfico de armas, titulada “¡Alabardas, alabardas! ¡Espingardas, espingardas!”.

          Queda inacabado el documental “José y Pilar”, producido por Meirelles y dirigido por el portugués Miguel Mendes, sobre los últimos años de Saramago con Pilar del Rio, la andaluza con quien vivió en Lanzarote, compañera y traductora durante veinte años.

2 comentarios:

Pedro Pablo Algorta Diz dijo...

Gloria, qué buen comentario. Y qué buena oportunidad para estrenar tu blog.
Me encantó la forma de escribir los diálogos que tiene saramago, sin guiones ni signos, aunque también es cierto que hablamos sin acentos ni mayusculas. Tampoco signos de puntuación.
En fin, el "Ensayo sobre Ciegos" me encantó, aunque la primera parte me pareció demasiado sórdida. Toda una experiencia de cautiverio, de experiencia límite grupas, al estilo del Sr de las Moscas, de Viven, de varias más.
Besos
Pedro Pablo

Gloria Algorta dijo...

Hola pariente, gracias por tu comentario. ¿Nos conocemos???
Yo estoy de acuerdo contigo con que a Ensayo sobre la Ceguera le sobran unas cuantas páginas.
Me pregunto cómo llegaste aquí, ya que es un blog que uso como presentación a empleadores.
Saludos y gracias otra vez.