Publicado en Panorama de Mayo:
La ausencia de energía eléctrica y las dificultades de acceso conservan intacta la magia del Cabo Polonio, un lugar para sumergirse en la belleza natural del paisaje, lejos del ruido y del consumo.
Tal vez el Cabo Polonio no sea el lugar más hermoso del mundo. Sin embargo, uno tiene allí la sensación de haber alcanzado el paraíso. El Cabo –como lo llaman quienes lo frecuentan, como si no hubiera otros– es una suave colina de arena cubierta de pasto que se adentra en el Atlántico y culmina en rocas que albergan una población estable de lobos y leones marinos. Lo corona un faro construido en el siglo XIX que no ha logrado evitar frecuentes naufragios en esa zona de difícil navegación, con vientos que empujan las naves hacia la costa y un peligroso fondo marino con formaciones rocosas que emergen en forma de islotes. Flanquean el Cabo dos playas que se extienden hasta donde se pierde la vista, con dunas que alguna vez fueron más altas y hoy alcanzan los 30 metros de altura. Quizás haya otros pueblos parecidos, con dunas más altas, vegetación exuberante, mejores servicios para el turista. No sé de ninguno que tenga la magia del Polonio.
¿Qué es lo que da al Polonio esa cualidad mágica? ¿Por qué esa sensación permanente de estar en el paraíso? El mar, las playas doradas. Las rocas, los lobos y leones marinos. Las casas esparcidas desordenadamente. La gente especial que lo habita o visita. La misteriosa omnipresencia del cielo, más palpable que en ningún otro sitio. Sí, todo eso, pero las claves son la ausencia de luz eléctrica y la inexistencia de una carretera de acceso, que lo diferencian de cualquier otro pueblo de la costa uruguaya.
El único acceso se encuentra a 264 km. de Montevideo. Allí hay que dejar el auto y subir con el equipaje a la caja descubierta de unos camiones, especialmente acondicionados para cargar el peso de unas 40 personas, que atraviesan las huellas arenosas de unas dunas cuya movilidad ha sido ya algo dañada por la forestación. La subida al camión es alegre, llena de entusiasmo, de jóvenes y familias con niños, sillas de playa, sombrillas y bolsos refrigerantes. El recorrido hacia el mar dura una media hora. Al poco rato dejamos los bosques y humedales atrás y nos rodea sólo la arena, cubierta apenas por una vegetación rala y achaparrada. Cuando llegamos a un punto alto y por fin vemos a lo lejos la línea azul del océano, la caja del camión estalla en exclamaciones y relucen los celulares y las cámaras para inmortalizar el paisaje. El último tramo del recorrido es por la playa Sur, muy junto al mar, por la franja de arena que la bajamar dejó más dura y transitable. El Cabo se acerca, el faro se distingue desde lejos. Estamos a media mañana de un día luminoso de mucho calor. Las chicas veinteañeras que viajan a mi lado son argentinas. Cuentan que les dijeron que si venían a Uruguay no podían perderse el Cabo Polonio. Sabio consejo, pienso.
La otra forma de llegar al Cabo, sin lugar a dudas recomendable, es caminando. Desde la localidad costera de Valizas, hay que cruzar el arroyo del mismo nombre (a veces el arroyo da paso, pero siempre hay un servicio de botes) y caminar durante unas dos horas; al principio entre los médanos impresionantes que hacen pensar en un verdadero desierto, y después por la playa, que termina en las formaciones rocosas del Cabo. No hay forma de perderse y, sobre todo la travesía de las dunas, vale la pena para quienes vayan ligeros de equipaje y estén dispuestos a una buena caminata por la playa desierta.
El Cabo tiene apenas unos setenta habitantes permanentes y cerca de cuatrocientas viviendas que pertenecen a veraneantes. Por supuesto hay energía eléctrica en el Faro y las instalaciones de instituciones marítimas y de investigación que lo rodean. Las casas y posadas no tienen electricidad simplemente porque fueron construidas de forma irregular sobre tierras fiscales y privadas. Por eso los actuales propietarios sólo son dueños del espacio dentro del perímetro de la vivienda. No hay jardines privados, los espacios exteriores son comunes. Los pescadores y veraneantes llevan una vida sencilla, alejados del consumo. Tienen refrigeradores a gas, no hay computadoras, ni televisores, ni microondas y, si uno se queda unos días, se acaban las baterías de los teléfonos celulares. Algunas de las casas y posadas tienen energía solar. Existe algún generador en el pueblo, pero están mal vistos por la comunidad. Hacen ruido y rompen el encanto. En el Cabo uno se desenchufa, lo quiera o no.
Los días son para la playa y el aire libre. La Calavera, la playa del norte, es más apta para surfistas y baños agitados. La playa Sur, más protegida, a veces es tan calma como una piscina. En las grandes rocas de la punta es fácil encontrar lobos marinos y leones de mar y, en la primavera, las ballenas francas se avistan muy cerca de la costa.
En las noches, cuando los visitantes diurnos se alejan en el último camión de las 9, se encienden las velas y los faroles a mantilla. Se encienden también los fuegos de los parrilleros. Se juega a las cartas, se lee, se visita a los vecinos. Suena tal vez una guitarra. Alguna vez, a lo lejos, un tamboril rememora el lejano carnaval. Los grillos y los sapos son los dueños de la noche. Pero más que ningún otro sonido, el incansable bramido del mar es el fiel compañero nocturno.
No es que en el Cabo Polonio no haya actividades comerciales o nocturnas. Hay dos almacenes abiertos todo el año y en verano hay más. Siempre se encuentra quien haga pan casero, tartas o empanadas, además de los rústicos “chiringuitos” de las playas, donde se venden bebidas, buñuelos de algas, aros de calamar o miniaturas de pescado. Como todo pueblo tiene su “centro”, aunque no sea más que una calle de arena con algunos puestos de artesanías y souvenirs y tres o cuatro boliches con música en vivo. En “Sargento García” esta noche toca “King George Clemons”, un blusero estadounidense que supo tocar en los sesenta con Jimmy Hendrix. A eso de la una de la madrugada, se apilan las mesas y el local se convierte en salón bailable.
A poca distancia del centro, las linternas son una herramienta imprescindible si no hay luna. Aunque los habituales han aprendido otra forma de caminar por el Cabo en la oscuridad absoluta: cuando el haz de luz del faro barre fugazmente el terreno, memorizan el camino que deben pisar los siguientes doce segundos. Porque doce segundos es lo que tarda la luz en dar la vuelta y ese es el origen del disco “Doce segundos de Oscuridad”, de Jorge Drexler –cantante y compositor uruguayo que triunfa en el mundo, ganador del Oscar a la mejor canción por la película “Diarios de Motocicleta”.
Los residentes del Cabo aprenden a cuidar el agua, recurso escaso. Hay “cachimbas” cada cierto número de casas. Las cachimbas son pozos de donde se extrae el agua de la capa freática. No es potable, es ligeramente turbia y, si no ha llovido suficiente, las cachimbas no dan su líquido preciado. Por eso la gente es cuidadosa y solidaria: no se malgasta un recurso de todos. En la mayoría de las casas hay agua corriente. Un camión llena los tanques para el uso doméstico, pero se piensa dos veces antes de usar la cisterna y se friega la vajilla con lo mínimo posible. Para una ducha veraniega, por lo general basta con uno o dos cubos de agua de cachimba, aunque muchas casas tienen duchas con calentadores a gas. Todo un lujo en el Cabo Polonio.
¿Qué implica que el Cabo Polonio constituya, desde ahora, un Parque Nacional? Naturalmente, prohibiciones. No puede entrar cualquiera que tenga un vehículo 4 x 4, sólo aquellos que por ser residentes (permanentes o temporarios) o proveedores registrados tengan el permiso correspondiente. No se puede edificar nuevas construcciones. No se puede recolectar restos arqueológicos, dañar la fauna y flora (con excepción de la pesca artesanal y deportiva). No se puede visitar las islas ni su perímetro rocoso, salvo con fines de investigación. No se puede introducir especies exóticas de animales o vegetales, incluidas las mascotas, por parte de los visitantes.
Un amigo que tiene su rancho en el Cabo desde hace más de quince años me dijo: “Si mañana no me dejan entrar con la camioneta… no me importa nada, vengo en el camión. Esto es una maravilla. Fuimos a casi todas las reuniones como parte interesada y estamos encantados con las medidas de preservación”.
El Cabo seguirá estando, las dunas volverán a ser aún más altas, los lobos y leones marinos nos seguirán deleitando y no se deteriorará la convivencia con la construcción apiñada que ha habido en otros lugares de la costa uruguaya. Los que no tenemos casa allí aún podremos alquilar una casa más o menos precaria, quedarnos en una posada o, como la mayor parte de los visitantes, hacer una excursión por el día. Y experimentar esa mágica sensación de asomarnos al paraíso.
De Monumento Natural a Parque Nacional
En 1966, cuando se declaró la zona “Monumento Natural”, había 27 viviendas dispersas en una superficie de treinta y cinco hectáreas. Según el Censo Nacional de 2004, las viviendas eran ya 459, 29 de ellas de pobladores permanentes y el resto destinadas al turismo. La historia de los habitantes del Cabo Polonio está ligada a la pesca artesanal y la industria lobera. Es a fines de la década del 70 cuando es elegido como sitio de veraneo por gentes que se alejan de los circuitos turísticos habituales en búsqueda de un contacto estrecho con la naturaleza, en calma y soledad. En los noventa, con la masificación de los vehículos todo terreno, se acelera la transformación del Cabo en destino turístico. Actualmente el turismo es su principal actividad económica.
El Cabo Polonio ingresó en 2009 en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, con la categoría de Parque Nacional. El Parque Nacional abarca un área de unas 25.000 hectáreas, de las cuales el 80% corresponden al mar y el 20% restante al Cabo Polonio, las islas y playas adyacentes y, tierra adentro, hasta la ruta 10. La denominación de Parque Nacional fue el logro de un largo proceso que incluyó su incorporación por parte de la UNESCO a la red de reservas del Programa el Hombre y la Biosfera. Desde el 2007 se elaboró el proyecto con la participación de los actores interesados. Los objetivos acordados incluyen, entre otros, la protección de la biodiversidad, (por ejemplo, especies en peligro de extinción), la protección y recuperación de los diferentes ecosistemas que componen el área protegida, entre ellos los sistemas de dunas móviles –transversales a la costa– y dunas frontales, la promoción de un turismo sustentable que mejore la calidad de vida de la comunidad local, respetando su elección de un modo de vida caracterizado por su sencillez y austeridad.
Más información: http://www.snap.gub.uy
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