El proyecto de recuperación del barrio Goes, que durante
la primera mitad del siglo XX enorgullecía a los montevideanos, pues era un
epicentro económico y cultural, incluye la remodelación del antiguo mercado y
de las dieciséis manzanas adyacentes al barrio, que en los años 90 se había tugurizado
y convertido en guarida de delincuentes.
Fui
tres veces al reinaugurado MAM o Mercado Agrícola de Montevideo, en el barrio
Goes. La primera, por el ímpetu que se apodera de nosotros, los montevideanos, una
vez al año los días del patrimonio. Había husmeado el edificio unos seis o
siete años atrás, con la curiosidad un poco morbosa que despiertan el abandono
y la destrucción. Era una ruina, daba pena y el barrio asustaba un poco.
Ese
último domingo del patrimonio, dedicado al tango, saqué unas cuantas fotos y
resolví que el emprendimiento valía la pena. Volví al día siguiente para tomar
fotos diurnas y, un mediodía entresemana, a entrevistar a la directora, Beatriz
Silva, y pasear un poco por el barrio.
Beatriz
Silva me contó que renunció tres veces antes de decidir jugarse entera por el
proyecto que las autoridades municipales le encomendaron en 2007. La tarea no
era fácil: recuperar, no solo el edificio del antiguo mercado, sino también las
dieciséis manzanas adyacentes del barrio Goes, tugurizado y convertido en zona
roja por el tráfico de drogas ilegales y asolado en los noventa por la banda juvenil
de los Tumanes —añorada hasta hace poco por algún vecino porque robaba “con
códigos”.
Goes,
sin embargo, supo ser en la primera mitad del siglo XX un barrio pujante de
obreros y clase media que enorgullecía a sus habitantes, donde las actividades
económicas y culturales iban de la mano. Un barrio con historia y dos líneas de
tranvías que lo comunicaban con el centro. En 1906 se empezó a construir el
Mercado Agrícola, inaugurado siete años después, que se convirtió de inmediato
en el centro de la vida barrial. La estructura de hierro del MAM se trajo de
Europa después de usarse en una exposición ganadera en Bruselas. Por eso
adornan las entradas cabezas bovinas.
En
1908 se instaló sobre la avenida General Flores la Facultad de Medicina y unos
años más tarde llegó al barrio la primera sucursal del Banco de la República.
Un mojón fundamental de la historia de la zona fue la inauguración, en 1925, del
imponente edificio del Palacio Legislativo, que alberga las cámaras de
diputados y senadores.
Aunque
no el único, el café Vaccaro, sobre General Flores, fue el más emblemático. El
tango acompañó la intensa vida nocturna de la época de esplendor. Compadritos y
mujeres sofisticadas venían del centro a los bailes de los sábados. Nadie se
sorprendía de encontrar entre la concurrencia a tangueros como D’Arienzo,
Enrique Rodríguez o Alberto Castillo. Todavía son famosos los bailes de la
IASA, Institución Atlética Sud América. En los sesenta se bailaba bajo techo o
al aire libre, se organizaban bailes con espectáculos, el sonido era el mejor
de la época y se podía elegir entre distintos salones para bailar tangos,
cumbias o “música moderna”. Recibió las visitas, entre otros, de un jovencísimo
Leonardo Favio y del célebre cantor de tangos Julio Sosa.
El
Sud América, equipo de fútbol de la IASA regresó a primera división después de
diecisiete años en segunda y quedó en la décima posición del campeonato de
clausura. Se dispone a festejar su centenario en el círculo de los grandes. El
abuelo materno de Forlán fue jugador y más tarde director técnico del Sud América
y en ese equipo debutó Alcides Ghiggia, el único sobreviviente de la selección uruguaya
que ganó el mundial de 1950 en el estadio de Maracaná.
Por último, no se puede hablar de Goes sin recordar a la
Fábrica Uruguaya de Alpargatas, conocida simplemente como Alpargatas, que se
instaló hacia 1890 como filial de la empresa argentina del mismo nombre. En su
momento de auge, llegó a tener 2.600 trabajadores. Justo enfrente al Mercado
Agrícola, hoy se está convirtiendo en un complejo de más de 300 apartamentos.
Desde las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo
pasado el Uruguay entró lentamente en una crisis económica, social y política
que incluyó una degradación progresiva de la democracia y trece años de
dictadura militar. La economía tocó fondo en 2002 y, a partir de entonces,
comenzó a crecer. Goes fue uno de los barrios que más acusó la crisis, con
habitantes que emigraron al exterior o a los asentamientos irregulares de la
periferia. Entre los censos de 1963 y 1996 la población de Goes se redujo cerca
de un 20%. Proliferaron las bocas de pasta base (en otros países “paco”,
“basuco”, “lata”, “oxi”) y la violencia que trae consigo.
A un siglo de la primera inauguración, el edificio
pintoresco del Mercado Agrícola se reinauguró el 28 de junio de 2013 como paseo
turístico, centro cultural y de compras, con lo mejor que Uruguay ofrece, desde
las frutas y verduras de siempre, productos tradicionales como carne, pescado,
pan, artesanías en cuero, mimbre y madera, hasta la más variada oferta
gastronómica. La sencillez y la austeridad le dan un toque de elegancia que ya
querrían para sí otros centros comerciales. El gusto en la decoración de los
locales coincide casi siempre con el mío y la presencia de muchos puestos de
verdura y fruta lo convierten en un paseo necesario para los vecinos y una
fiesta para los sentidos. En realidad, no solo vienen los vecinos de Goes.
Montevideanos, uruguayos de otras partes del país y turistas extranjeros también
se dan cita en el Mercado Agrícola porque vale la pena.
Más allá de los aspectos comerciales, cuando oigo hablar a
Beatriz Silva, veo el avance de las obras en la vieja fábrica de Alpargata, las
nuevas cooperativas de viviendas donde se realojó a los habitantes de un par de
manzanas de ranchos precarios demolidos, el movimiento en las calles, creo que
los objetivo están en buena parte cumplidos. Me alcanza ver a las señoras
mayores que andan por la calle sin mirar por encima del hombro por miedo a que
les roben la cartera. Y que van a las clases de cocina del Mercado. Basta ver
en Facebook la intensa actividad del MAM en la organización de eventos
culturales: https://www.facebook.com/mercadoagricolamontevideo.
Unos meses después, decido volver al barrio porque me doy
cuenta de que no hablé con los protagonistas más importantes de la recuperación
del barrio: sus habitantes.
Al llegar, me encuentro con Marta Tossi, que tiene setenta
años y vive en Goes desde los doce. Me cuenta que el barrio ha mejorado en todo
sentido, que antes de toda esta movida andaba mirando para todos lados y un día
entró a la casa se le metió un hombre detrás de ella. Pasó años sin ir al
mercado porque le robaban el monedero. Se acuerda de la estación de trenes y
del Café Vaccaro pero era muy chica, el padre no la dejaba acercarse. Marta
recuerda especialmente la época de apogeo de la fábrica Alpargatas, a una
cuadra de su casa. Ella es profesora jubilada de alta costura, trabajaba en el
Centro de Moda Francesa y volvía cerca de las 10 de la noche, coincidiendo con
los obreros del turno nocturno.
Me da indicaciones sobre cómo entrar a la parte todavía en
reciclaje de Alpargatas y allí me dirijo. Desde en inmenso patio central veo que
la mitad de los apartamentos están terminados y, en el resto del edificio, existen
todavía los viejos módulos deteriorados de la fábrica. Está lleno de
instrumentos de construcción: ladrillos, maderas, carretillas, andamios, grúas.
Al salir del patio doy vuelta la esquina, voy a la oficina de ventas y digo que
estoy interesada en comprar. Solo queda, de esta primera etapa, un apartamento
de un dormitorio. El encargado me lo muestra. Es chico, pero tiene lo
imprescindible (sala de estar, cocina, baño y un patio –es planta baja-, además
del dormitorio, y está amueblado como el de muestra. No es barato, en absoluto.
Cuando salgo, me cruzo con un hombre en silla de ruedas. Me
ofrezco a empujarle la silla por el empedrado de la calle, con la esperanza de
trabar conversación, porque es casi un anciano y en la memoria debe guardar
tesoros de loa antiguos tiempos de Goes.
No acepta la ayuda pero la iniciativa de la conversación
sale de él: “¿Usted oyó hablar de las picadas?” pregunta. Le amputaron una
pierna después de un accidente de moto en el que tuvo, además, desprendimiento
de retina. Sin embargo, se ufana de haber sido el inventor de las picadas y
asegura que no son peligrosas. En los ochenta, Julio César tenía una tienda de
motos, una importante clientela y le encantaba “chivear” con las motos. Cuenta
que un día un amigo lo desafió a una carrera que incluyera trompos, “paradas de
manos” y otras figuras que él entiende y yo no. Había unos cuantos muchachos
con motos RBC Y RBD de aquella época y una linda recta. Según él, ese fue el
inicio de las picadas de motos en Uruguay e incluían trofeos. “Teníamos la
intención de hacer algo”, dice, y sospecho que se refiere a la dictadura
militar que en aquel momento padecíamos los uruguayos. “Ahora no me lo permite
la vista, pero si pudiera seguiría andando en moto” afirma, como si no le
faltara una pierna.
Me despido de Julio, que con dificultad y orgullo hace rodar
su silla por el empedrado, y doy una vuelta por las cooperativas que están del
otro lado del MAM. Entro en el patio de una de ellas. Hay niños que juegan y
ropa tendida en los balcones.
En una esquina veo un grupo de hurgadores rescatando su
botín de un contenedor. Les pregunto si son del barrio y lo niegan; no me
detengo a hablar con ellos, les tomo unas fotos.
Entro en un quiosco y el propietario, Franco, me dice que
hace diecisiete años que está en Goes. Le digo lo que hago y se ofrece a
contarme anécdotas. Nos sentamos en la vereda, en unas sillas de plástico, con
el termo y el mate tan uruguayos y la charla se interrumpe cada vez que entra a
atender a un cliente y, además, por Martina, la hija del peluquero de al lado,
una rubiecita traviesa que nos muestra cómo su planta se hincha al regarla.
Franco me cuenta algunas anécdotas que ya sé. Después le
pregunto cómo le parece que cambió el barrio la reinauguración del MAM y el
reciclaje de Alpargatas. Por un lado, dice, perjudicó a muchos pequeños
comerciantes. Por otro, viene gente nueva al barrio, incluso turistas
extranjeros y eso le da movimiento y le devuelve seguridad. Me despido de
Franco y le prometo mandarle las fotos que les saqué a él y a la rubia Martina.
Siento que gracias a mucha gente que apostó y trabajó por
este proyecto, a la financiación del BID y la Agencia Española de Cooperación
Internacional y Desarrollo, al tesón de Beatriz Silva, que no aflojó ni
siquiera cuando le pusieron un revólver en la nuca, y sobre todo a la respuesta
masiva de los vecinos, Goes vuelve a ser lo que era: un barrio capaz de enorgullecer
a sus habitantes.
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