martes, 29 de julio de 2014

Goes: la recuperación de un barrio






El proyecto de recuperación del barrio Goes, que durante la primera mitad del siglo XX enorgullecía a los montevideanos, pues era un epicentro económico y cultural, incluye la remodelación del antiguo mercado y de las dieciséis manzanas adyacentes al barrio, que en los años 90 se había tugurizado y convertido en guarida de delincuentes.


Fui tres veces al reinaugurado MAM o Mercado Agrícola de Montevideo, en el barrio Goes. La primera, por el ímpetu que se apodera de nosotros, los montevideanos, una vez al año los días del patrimonio. Había husmeado el edificio unos seis o siete años atrás, con la curiosidad un poco morbosa que despiertan el abandono y la destrucción. Era una ruina, daba pena y el barrio asustaba un poco.

Ese último domingo del patrimonio, dedicado al tango, saqué unas cuantas fotos y resolví que el emprendimiento valía la pena. Volví al día siguiente para tomar fotos diurnas y, un mediodía entresemana, a entrevistar a la directora, Beatriz Silva, y pasear un poco por el barrio.

Beatriz Silva me contó que renunció tres veces antes de decidir jugarse entera por el proyecto que las autoridades municipales le encomendaron en 2007. La tarea no era fácil: recuperar, no solo el edificio del antiguo mercado, sino también las dieciséis manzanas adyacentes del barrio Goes, tugurizado y convertido en zona roja por el tráfico de drogas ilegales y asolado en los noventa por la banda juvenil de los Tumanes —añorada hasta hace poco por algún vecino porque robaba “con códigos”.

Goes, sin embargo, supo ser en la primera mitad del siglo XX un barrio pujante de obreros y clase media que enorgullecía a sus habitantes, donde las actividades económicas y culturales iban de la mano. Un barrio con historia y dos líneas de tranvías que lo comunicaban con el centro. En 1906 se empezó a construir el Mercado Agrícola, inaugurado siete años después, que se convirtió de inmediato en el centro de la vida barrial. La estructura de hierro del MAM se trajo de Europa después de usarse en una exposición ganadera en Bruselas. Por eso adornan las entradas cabezas bovinas.

En 1908 se instaló sobre la avenida General Flores la Facultad de Medicina y unos años más tarde llegó al barrio la primera sucursal del Banco de la República. Un mojón fundamental de la historia de la zona fue la inauguración, en 1925, del imponente edificio del Palacio Legislativo, que alberga las cámaras de diputados y senadores.

Aunque no el único, el café Vaccaro, sobre General Flores, fue el más emblemático. El tango acompañó la intensa vida nocturna de la época de esplendor. Compadritos y mujeres sofisticadas venían del centro a los bailes de los sábados. Nadie se sorprendía de encontrar entre la concurrencia a tangueros como D’Arienzo, Enrique Rodríguez o Alberto Castillo. Todavía son famosos los bailes de la IASA, Institución Atlética Sud América. En los sesenta se bailaba bajo techo o al aire libre, se organizaban bailes con espectáculos, el sonido era el mejor de la época y se podía elegir entre distintos salones para bailar tangos, cumbias o “música moderna”. Recibió las visitas, entre otros, de un jovencísimo Leonardo Favio y del célebre cantor de tangos Julio Sosa.

El Sud América, equipo de fútbol de la IASA regresó a primera división después de diecisiete años en segunda y quedó en la décima posición del campeonato de clausura. Se dispone a festejar su centenario en el círculo de los grandes. El abuelo materno de Forlán fue jugador y más tarde director técnico del Sud América y en ese equipo debutó Alcides Ghiggia, el único sobreviviente de la selección uruguaya que ganó el mundial de 1950 en el estadio de Maracaná.

Por último, no se puede hablar de Goes sin recordar a la Fábrica Uruguaya de Alpargatas, conocida simplemente como Alpargatas, que se instaló hacia 1890 como filial de la empresa argentina del mismo nombre. En su momento de auge, llegó a tener 2.600 trabajadores. Justo enfrente al Mercado Agrícola, hoy se está convirtiendo en un complejo de más de 300 apartamentos.

Desde las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado el Uruguay entró lentamente en una crisis económica, social y política que incluyó una degradación progresiva de la democracia y trece años de dictadura militar. La economía tocó fondo en 2002 y, a partir de entonces, comenzó a crecer. Goes fue uno de los barrios que más acusó la crisis, con habitantes que emigraron al exterior o a los asentamientos irregulares de la periferia. Entre los censos de 1963 y 1996 la población de Goes se redujo cerca de un 20%. Proliferaron las bocas de pasta base (en otros países “paco”, “basuco”, “lata”, “oxi”) y la violencia que trae consigo.

A un siglo de la primera inauguración, el edificio pintoresco del Mercado Agrícola se reinauguró el 28 de junio de 2013 como paseo turístico, centro cultural y de compras, con lo mejor que Uruguay ofrece, desde las frutas y verduras de siempre, productos tradicionales como carne, pescado, pan, artesanías en cuero, mimbre y madera, hasta la más variada oferta gastronómica. La sencillez y la austeridad le dan un toque de elegancia que ya querrían para sí otros centros comerciales. El gusto en la decoración de los locales coincide casi siempre con el mío y la presencia de muchos puestos de verdura y fruta lo convierten en un paseo necesario para los vecinos y una fiesta para los sentidos. En realidad, no solo vienen los vecinos de Goes. Montevideanos, uruguayos de otras partes del país y turistas extranjeros también se dan cita en el Mercado Agrícola porque vale la pena.

Más allá de los aspectos comerciales, cuando oigo hablar a Beatriz Silva, veo el avance de las obras en la vieja fábrica de Alpargata, las nuevas cooperativas de viviendas donde se realojó a los habitantes de un par de manzanas de ranchos precarios demolidos, el movimiento en las calles, creo que los objetivo están en buena parte cumplidos. Me alcanza ver a las señoras mayores que andan por la calle sin mirar por encima del hombro por miedo a que les roben la cartera. Y que van a las clases de cocina del Mercado. Basta ver en Facebook la intensa actividad del MAM en la organización de eventos culturales: https://www.facebook.com/mercadoagricolamontevideo.

Unos meses después, decido volver al barrio porque me doy cuenta de que no hablé con los protagonistas más importantes de la recuperación del barrio: sus habitantes.
Al llegar, me encuentro con Marta Tossi, que tiene setenta años y vive en Goes desde los doce. Me cuenta que el barrio ha mejorado en todo sentido, que antes de toda esta movida andaba mirando para todos lados y un día entró a la casa se le metió un hombre detrás de ella. Pasó años sin ir al mercado porque le robaban el monedero. Se acuerda de la estación de trenes y del Café Vaccaro pero era muy chica, el padre no la dejaba acercarse. Marta recuerda especialmente la época de apogeo de la fábrica Alpargatas, a una cuadra de su casa. Ella es profesora jubilada de alta costura, trabajaba en el Centro de Moda Francesa y volvía cerca de las 10 de la noche, coincidiendo con los obreros del turno nocturno.

Me da indicaciones sobre cómo entrar a la parte todavía en reciclaje de Alpargatas y allí me dirijo. Desde en inmenso patio central veo que la mitad de los apartamentos están terminados y, en el resto del edificio, existen todavía los viejos módulos deteriorados de la fábrica. Está lleno de instrumentos de construcción: ladrillos, maderas, carretillas, andamios, grúas. Al salir del patio doy vuelta la esquina, voy a la oficina de ventas y digo que estoy interesada en comprar. Solo queda, de esta primera etapa, un apartamento de un dormitorio. El encargado me lo muestra. Es chico, pero tiene lo imprescindible (sala de estar, cocina, baño y un patio –es planta baja-, además del dormitorio, y está amueblado como el de muestra. No es barato, en absoluto.

Cuando salgo, me cruzo con un hombre en silla de ruedas. Me ofrezco a empujarle la silla por el empedrado de la calle, con la esperanza de trabar conversación, porque es casi un anciano y en la memoria debe guardar tesoros de loa antiguos tiempos de Goes.
No acepta la ayuda pero la iniciativa de la conversación sale de él: “¿Usted oyó hablar de las picadas?” pregunta. Le amputaron una pierna después de un accidente de moto en el que tuvo, además, desprendimiento de retina. Sin embargo, se ufana de haber sido el inventor de las picadas y asegura que no son peligrosas. En los ochenta, Julio César tenía una tienda de motos, una importante clientela y le encantaba “chivear” con las motos. Cuenta que un día un amigo lo desafió a una carrera que incluyera trompos, “paradas de manos” y otras figuras que él entiende y yo no. Había unos cuantos muchachos con motos RBC Y RBD de aquella época y una linda recta. Según él, ese fue el inicio de las picadas de motos en Uruguay e incluían trofeos. “Teníamos la intención de hacer algo”, dice, y sospecho que se refiere a la dictadura militar que en aquel momento padecíamos los uruguayos. “Ahora no me lo permite la vista, pero si pudiera seguiría andando en moto” afirma, como si no le faltara una pierna.

Me despido de Julio, que con dificultad y orgullo hace rodar su silla por el empedrado, y doy una vuelta por las cooperativas que están del otro lado del MAM. Entro en el patio de una de ellas. Hay niños que juegan y ropa tendida en los balcones.
En una esquina veo un grupo de hurgadores rescatando su botín de un contenedor. Les pregunto si son del barrio y lo niegan; no me detengo a hablar con ellos, les tomo unas fotos.

Entro en un quiosco y el propietario, Franco, me dice que hace diecisiete años que está en Goes. Le digo lo que hago y se ofrece a contarme anécdotas. Nos sentamos en la vereda, en unas sillas de plástico, con el termo y el mate tan uruguayos y la charla se interrumpe cada vez que entra a atender a un cliente y, además, por Martina, la hija del peluquero de al lado, una rubiecita traviesa que nos muestra cómo su planta se hincha al regarla.

Franco me cuenta algunas anécdotas que ya sé. Después le pregunto cómo le parece que cambió el barrio la reinauguración del MAM y el reciclaje de Alpargatas. Por un lado, dice, perjudicó a muchos pequeños comerciantes. Por otro, viene gente nueva al barrio, incluso turistas extranjeros y eso le da movimiento y le devuelve seguridad. Me despido de Franco y le prometo mandarle las fotos que les saqué a él y a la rubia Martina.

Siento que gracias a mucha gente que apostó y trabajó por este proyecto, a la financiación del BID y la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, al tesón de Beatriz Silva, que no aflojó ni siquiera cuando le pusieron un revólver en la nuca, y sobre todo a la respuesta masiva de los vecinos, Goes vuelve a ser lo que era: un barrio capaz de enorgullecer a sus habitantes.

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