La arquitectura Art
Déco tuvo una temprana y fecunda aceptación en Montevideo. Es fácil acceder a
los edificios emblemáticos, concentrados en el Centro y la Ciudad Vieja, y es
también un disfrute para los amantes de esta particular estética, caminar por
barrios más alejados y descubrir fácilmente muchos edificios y viviendas
particulares, a veces muy modestas, de indudable estilo Déco.
Las ciudades —como todas las cosas de este mundo— cambian según la
mirada del que mira. Ha habido tiempos en que al pasear por Montevideo me he
enfocado en los árboles. Otros, he mirado con atención especial los comercios,
la gente, los autos, los jardines o las casas. También las horribles
marquesinas que las autoridades municipales se demoran en regular y, en las
avenidas comerciales, ocultan bellísimos edificios. Este último tiempo, me he
dedicado a mirar hacia arriba, sobre las marquesinas, y a fotografiar la
arquitectura de Montevideo, más concretamente la arquitectura Art Déco. La
fotografía fija la mirada y el zoom capta detalles que el ojo no alcanza a ver.
Si bien en la arquitectura de Buenos Aires, nuestra vecina de enfrente,
el Art Nouveau tiene numerosas expresiones —con el protagonismo de la naturaleza
como inspiración, el arabesco, los recipientes de forma oriental, los
minaretes, etc. —, en Montevideo hay pocos ejemplos de esta corriente
antecesora del Art Déco. Sin embargo, es en Montevideo donde la arquitectura
Art Déco se presenta en abundancia en edificios importantes, concentrados en un
circuito que abarca la Ciudad Vieja y el Centro, y donde se encuentran
dispersas en los barrios muchas residencias particulares de estética Art Déco,
o con elementos que conforman más o menos tímidas interpretaciones de este
estilo arquitectónico. Lo cual demuestra la aceptación que tuvo en nuestra
ciudad, desde su inicio hasta la década del cincuenta.
El Art Nouveau nació a fines del siglo XIX como una corriente artística
que se rebeló contra el historicismo y el neoclasicismo imperantes, y comenzó a
declinar en la Primera Guerra Mundial. El Art Déco, en cambio, dominó el
período de entreguerras, es decir los años veinte —los “locos años veinte”— y
los treinta —la “belle époque”—, aunque se puede rastrear características del
Art Déco en construcciones bastante posteriores.
La estética Déco se lanza al mundo desde París, a partir de la
impresionante Exposition Internationale des Arts
Décoratifs et Industriels Modernes de 1925, Los límites de lo que se
considera y lo que no puede considerarse dentro de la estética Déco todavía se
discuten. Para empezar, la denominación Art Déco es posterior a su auge y
difusión, ya que en su momento los artistas se
denominaban a sí mismos “modernos”, aunque adhirieran a corrientes diferentes
que, incluso, se confrontaban entre sí. Así, hay autores que afirman que toda
manifestación artística desarrollada entre 1920 y 1940 se etiquetó como Art
Déco, aunque confluyeran en la misma denominación desde el “Bon Gout” de la Compagnie des Arts Français, el “Espirit
Nouveau” de Le Corbusier, el “Stream-Line Camp” de Chicago, la
coreografía del ballet ruso de Diagilev, y el constructivismo ruso o el
cubismo. Por ejemplo, Le Corbusier postulaba la funcionalidad como el principal
objetivo de la arquitectura y su idea de la vivienda como “la machine à vivre”
(la máquina de vivir) chocaba frontalmente con el propósito decorativo.
Sin embargo, el Art
Déco comparte elementos de todas estas vertientes y hereda otros del Art
Nouveau. Los conceptos que esencialmente definen, tanto al Art Nouveau como al
Déco, son la pretensión moderna, y la integración del llamado Arte Culto a la
vida cotidiana a través de una idea de lo decorativo como elemento fundamental.
Hay una reivindicación del artesano, en su nueva acepción de diseñador, aunque
el proceso de industrialización permitió que objetos originalmente diseñados y
elaborados como únicos se produjeran en serie.
El contexto
histórico en que se desarrolla el Déco es el de una época en que, terminada la
guerra, la vida se percibe con un futuro prometedor, el optimismo se generaliza
y la industrialización y el progreso permiten el acceso a comodidades nunca
alcanzadas por las clases medias. El ritmo urbano se acelera, la mujer ingresa
al mundo del trabajo y se corta el pelo a lo garçon, se construyen
cines, parques de diversiones y confiterías, y Fritz Lang produce su película
Metrópolis. Nueva York atraviesa el crac del 29, pero se proyecta hacia arriba
con los rascacielos que demuestran el poderío de las corporaciones y el
transporte se revoluciona con los grandes transatlánticos, los primeros vuelos
interoceánicos y la expansión del automóvil.
La estética Art Déco
reacciona contra el exceso de ornamentación del Art Nouveau, aunque mantiene lo
decorativo como elemento fundamental y lo transforma en condicionante de la
propia estructura arquitectónica. Las líneas sinuosas, latigueantes, del Art Nouveau,
las formas asimétricas y etéreas, sus mujeres de cabellos que se enredan y se mezclan
con figuras que estilizan la naturaleza, se transforman en geometría. La línea
se torna recta, vuelve la simetría, la estructura tiende a elevarse (el Empire
State y el Edificio Chrysler de Nueva York son ejemplos emblemáticos), las
formas geométricas puras predominan en la decoración, y las curvaturas se
amplían y regularizan. La incorporación de la mujer al mundo del trabajo produce
una representación de mujeres independientes y modernas, de pelo corto, vestidas
con hombreras y ropa cómoda que muestra las piernas, y que fuman y beben como los
hombres. En pintura, una de las muestras representativas del Art Déco la
constituye un autorretrato de Tamara de Lempicka conduciendo su Bugatti verde.
La fascinación por
la creciente maquinización y el avance de los sistemas de transporte incorporan
al Art Déco la línea aerodinámica (o “streamline”), la forma náutica de los
grandes transatlánticos, los primeros aviones y el automóvil, la curva en forma
de piano, el zigzag —que representa al rayo: fuerza y velocidad— y la
utilización novedosa de materiales como el hierro, el acero, la baquelita, el
cromo, el plástico y las maderas exóticas, además del concreto.
La naturaleza sigue
siendo una fuente de inspiración, pero se transforma en un motivo más y la
protagonista es la geometría. Se agregan motivos del arte de culturas
primitivas, como el Antiguo Egipto, África, la América precolombina y el Lejano
Oriente. No hay que olvidar que son los tiempos del descubrimiento de la tumba
de Tutankamón (1922), de las ruinas de Machu Pichu (1911) y la influencia de
las piezas africanas en la pintura cubista (primera década del siglo XX).
La exposición de
París de 1925 difundió el nuevo estilo a todo el mundo. En Uruguay, el Art Déco
adquiere algunas características particulares. La sociedad uruguaya, moderada
en todo, por lo general evita o suaviza las vanguardias extremas. Pero la
estética Art Déco, algo atemperada, acompaña el crecimiento de la ciudad y su
entrada en la modernidad. La mayor concentración de edificios icónicos se
encuentra en el Centro de Montevideo. El auge del Déco coincidió con la época
de la construcción de cines y confiterías bailables, y edificios de viviendas u
oficinas. Más modestamente, se extiende a viviendas particulares por todos los
barrios. Algunas de estas viviendas se encuentran ahora en mal estado de
conservación y uno se pregunta si sus habitantes tienen alguna idea de que su
casa pertenece a una estética que se ha revalorizado en los últimos años.
La época en que en
la arquitectura Art Déco marcó la tendencia predominante en “lo moderno”, fue
también en Uruguay un tiempo de industrialización y crecimiento económico, de
cambio en las costumbres y de expansión de las clases medias. Grandes
personalidades visitaban el país, el batllismo liberalizó la sociedad, y en
1930 y 1950 la selección nacional de fútbol ganó los campeonatos mundiales. En
1934 se produjo el regreso al país del pintor Joaquín Torres-García, que
revolucionó las artes plásticas en el Río de la Plata.
Montevideo es una de
las mejores ciudades de América para apreciar la arquitectura Art Déco. A
diferencia de Nueva York, en donde el Déco quedó en las alturas de los
rascacielos, o de Miami, en donde se limita a un distrito, uno puede caminar
por barrios como El Cordón, Pocitos, La Unión, la Blanqueada o Malvín, y
sorprenderse al encontrar muchos edificios y viviendas, a veces muy modestas,
de indudable estilo Déco. Esto para quienes quieran profundizar en la profusa
aceptación que tuvo esta estética en nuestra ciudad, más allá de los edificios
más emblemáticos concentrados en el Centro.
Desde hace unos años
los montevideanos han revalorizado el Art Déco, los expertos escriben libros
con preciosas fotografías y la academia discute sobre si tal o cual edificio
pertenece o no a esa tendencia. Una de las cuestiones sin zanjar es si la
arquitectura náutica es una de las vertientes del Déco, o sólo integra esta
estética cuando tiene aplicaciones decorativas en las superficies. Las
construcciones conocidas popularmente como “estilo barco” abundan en
Montevideo. Pero dejemos estos debates para los académicos y disfrutemos, como
aficionados, del arte de la arquitectura.
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