Publicado en Panorama de Noviembre. Esta vez me estrené como fotógrafa y la fotos de la nota son mías. ¡Incluso la de la portada! (La portada la tengo en un archivo pdf y no puedo convertirla a jpg para subirla. ¿Estaré perdiendo las mañas?)
Salimos un amanecer de viernes de Montevideo, en auto. Nos esperaban doce horas de viaje, con paradas para comer y estirar las piernas. El día anterior había empezado un veranillo inusual para esta época, después de que nos martirizara una ola de inusual frío polar. Antes del mediodía estábamos en la frontera. El paisaje, en Brasil, no cambiaba mucho. Podía seguir siendo el Uruguay o la pampa húmeda argentina, con la tierra suavemente ondulada, campos ganaderos y arrozales. Una vez pasada la ciudad de Pelotas hacia Porto Alegre, la capital del Estado de Río Grande do Sul, lo que se ve diferente es el tránsito intenso de camiones: no en vano la economía brasileña creció más de un 9% en el primer trimestre de este año. Pese a que la carretera era excelente, recién tuvimos autopista poco antes de Porto Alegre. Allí nos perdimos, en el caos de tréboles y cruces y autopistas de circunvalación de la ciudad. La señalización no es muy buena y uno tiene que saber que hay que seguir los carteles que dicen “Serra”. Sí, pues a la sierra vamos. Después de Porto Alegre no hubo más problemas, apareció “Gramado” en los carteles y fue fácil el resto del camino, que ya era poco. Veíamos el comienzo abrupto de la sierra y nos internamos en ella con un ascenso suave y ya con la carretera bordeada de hortensias –qué pena que en agosto no tengan flores, esta zona es conocida como la Región de Las Hortensias. Entramos por el pórtico de Gramado con el último rayo de sol.
Gramado y Canela son, cada una, cabeza de municipios diferentes, aunque uno pase de una a otra casi sin darse cuenta por la Avenida de las Hortensias, que las une a lo largo del lomo de un cerro, a 800 metros sobre el nivel del mar. Entre las dos estaba nuestro hotel y, antes de instalarnos pudimos apreciar la arquitectura europea y elegimos un sitio para ir a cenar, una cantina italiana llamada “Pasta Sciutta”. Fue una buena elección, un lugar decorado con los colores de Italia y una pasta exquisita precedida por el tradicional “antipasto” –que en italiano quiere decir “antes de la pasta” y se compone de variados embutidos, quesos y verduras-, en el que se colaba la costumbre muy brasileña de la comida “al peso”. Nos fuimos a dormir agotados por el viaje.
¡Qué placer los desayunos de los hoteles en Brasil! Jugos y frutas tropicales, café fuerte, leche, panes de todo tipo, fiambres y quesos, dulces, yogures y cereales, además de incorporar las costumbres anglosajonas de los huevos revueltos, salchichas en salsa, arenques y hasta nuggets de pollo. Imposible comer todo, bajaríamos rodando de la sierra.
El sábado fuimos al Parque do Caracol, el más visitado de todo el Estado de Rio Grande de Sul. Queda a pocos kilómetros de Canela y no tardamos más de 15 ó 20 minutos en llegar. Su principal atracción es la espectacular cascada, con una caída de más de 130 metros. Se ve desde arriba, pero vale la pena animarse a bajar los 900 escalones que llevan al pie de la cascada. Es una escalera con miradores desde donde se aprecian distintas vistas. Ese día no hacía viento, pero dicen que, cuando lo hay, hay que ir preparado para mojarse. Yo creo que sobre todo hay que ir preparado para subir lo que se bajó: tomárselo con calma, ir liviano de equipaje y al llegar arriba tomarse un buen descanso. El parque está muy cuidado y tiene todos los servicios necesarios, incluyendo barbacoas o parrilleros, una pequeña feria de artesanías, unos baños limpísimos y una “lanchería” o restaurante que ofrece almuerzos económicos (la “feijoada” estuvo deliciosa, aunque no apta para hipertensos: se les fue la mano con la sal). Otra cosa que vale la pena es caminar por las diferentes “trilhas” o senderos. Hay uno que no recorrimos y me quedé con las ganas: bordea el río cascada arriba y uno se encuentra con cascadas anteriores, rápidos donde el ruido del agua es atronador y paisajes magníficos en medio de las sierras tupidas de vegetación subtropical.
La tarde nos dio para caminar un rato por Canela y, ya a la puesta de sol, visitar el centro de Gramado. Gramado es quizás más importante y ambiciosa, la que tiene las grandes avenidas y la mayor parte de la excelente oferta hotelera. Canela es más íntima y pequeña, aunque intente desmentirlo con la Catedral de Piedra, de estilo barroco y construida con la piedra basáltica que abunda en la zona.
La impronta de estas localidades enclavadas en plena “Serra Gaúcha”, al sur de Brasil, es la tradición que conservan de la fuerte inmigración europea, en especial italiana y alemana, que se nota sobre todo en la arquitectura y la gastronomía. Gramado y Canela son ciudades turísticas, tanto que actualmente son el cuarto destino de turismo interno y reciben anualmente más de dos millones y medio de visitantes. El turismo es, asimismo, la principal fuente de trabajo de la población. La región es famosa también por los vinos, los quesos artesanales, los artículos de cuero, el chocolate y la producción maderera, incluidas grandes fábricas de muebles.
La sensación es extraña: tiendo a asociar el turismo en Brasil con playas y calor y, sin embargo, aquí me siento en un pueblo suizo y esa es la gracia. Cuando miro hacia alrededor la arquitectura germánica, pienso inevitablemente en el síndrome del caracol, que lleva su casa a cuestas allí donde va. Así hicieron los colonos europeos que poblaron la zona y recrearon su hábitat de origen.
La limpieza y el cuidado urbano son increíbles; es placentero el mero hecho de caminar por las calles y sentarse en las plazas. Las flores lo invaden todo aunque aún no hayan florecido las hortensias: los cerezos de las aceras están en plena floración, las azaleas blancas y rosa intenso son las más grandes que he visto y toda la ciudad está sembrada de las más diversas variedades en los parterres de las plazas, los centros de las avenidas, las esquinas y los jardines privados.
Cenamos muy bien en Beirut, un local de sándwiches sirios de la Rúa Coverta de Gramado, una calle techada con una bóveda de chapa que en primavera se cubre de vegetación. Aquí la gente llena a mediodía y de noche las mesas que los bares y restaurantes sacan a la calle.
El domingo en la mañana fuimos un rato de compras al centro de Gramado. Me tientan las chocolaterías, las tiendas de zapatos y prendas de cuero, las vinerías y mueblerías (aunque no me puedo llevar muebles en el auto). Hay una tienda de deliciosos relojes artesanales importados de Alemania, esculpidos y tallados a mano en maderas de la Selva Negra: relojes cucú, relojes en miniatura y cajas de música. Saliendo hacia el pórtico por donde entramos a la ciudad, encontramos “El jardín de la lavandas”, una casa de campo en las afueras con un jardín de lavandas y otras flores y hierbas aromáticas, que contiene una sofisticada tienda temática de todo tipo de productos relacionados con las lavandas: desde cosméticos hasta bombones de chocolate con esencia de lavanda. La zona entera es un estupendo paseo de compras.
Después de almorzar en “Edelweiss”, que ofrece comida suiza y alemana, fuimos al Parque da Ferradura, también muy cerca de Canela, que se asoma a un valle hondo y brumoso. Allí abajo, se ve un río que rodea a un cerro formando una herradura perfecta. Las vistas son impactantes. Nos rodea ese silencio formado por los continuos murmullos de la naturaleza en estado puro. Definitivamente, es un sitio ideal para el turismo aventura. A quien guste de escalar cerros y descubrir las sorpresas de bellísimos paisajes, siempre le faltará tiempo para explorar los alrededores de Gramado y Canela. También los amantes de deportes como el trekking y el rafting encontrarán aquí un paraíso perdido.
Hay muchos otros paseos para hacer. El Parque das Sequoias es un hermoso bosque con más de 130 especies de árboles, autóctonos e importados. Otras excursiones no tan cortas, estas de todo el día, son los paseos a establecimientos rurales, donde se experimenta la vida “gaúcha” del campo. El Alpen Park merece también un día entero: un parque de diversiones y juegos para adultos y niños, en un emplazamiento natural privilegiado.
No puedo dejar de mencionar los eventos y las fiestas que se reparten a lo largo de todo el año. El más importante es el Festival de Cine de Gramado que se realiza en agosto de cada año, el más importante de Brasil y una de las plataformas de lanzamiento del cine brasileño en particular y latinoamericano en general.
La última noche nos abandonó el veranillo y nos envolvió una niebla blancuzca y espesa. El lunes en la mañana nos despedimos de Gramado y Canela a través de la bruma que, como por arte de magia, desapareció en cuanto bajamos la sierra.
La colonización en Río Grande do Sul.
“Gaúcho” es el gentilicio del estado más austral de Brasil, Río Grande do Sul, que fue durante mucho tiempo tierra de poblaciones guaraníes, charrúas y tapes y de aventureros que los buscaban para esclavizarlos. La colonización empezó a principios del siglo XVII con la llegada de los jesuitas, que fundaron las misiones e introdujeron el ganado. Cuando a mediados del siglo XVIII se produjo la expulsión de los jesuitas y el desmantelamiento de las misiones, quedó en la región una riqueza que atrajo a los primeros colonos portugueses: el ganado que pastaba y se reproducía libremente en las praderas. Rio Grande do Sul se transformó en una tierra de extensísimas estancias y “charquerías”, sostuvo el auge del oro de Minas Gerais y abasteció del “charque” (carne salada y secada al sol) necesario para alimentar a la inmensa población esclava de las plantaciones y a los habitantes pobres de las ciudades de todo Brasil.
Promovidos por el gobierno y resistidos por los grandes “señores de esclavos” del centro y norte del país, en 1824 llegaron los primeros contingentes de inmigrantes alemanes, que recibieron tierras cercanas a Porto Alegre, la capital de Rio Grande do Sul. En 1875 se produjo la llegada de los primeros italianos, que se establecieron en la región de la Sierra, ya que los alrededores de Porto Alegre estaban ya ocupadas por los alemanes. En poco tiempo se constituyó el eje básico que une las zonas de colonización alemana e italiana, vital para el desarrollo de la industria gaúcha. No tardó mucho en comenzar a cambiar la economía: los inmigrantes introdujeron la industria y la agricultura en pequeña escala, establecieron vínculos con sus países de origen y permitieron el surgimiento de un mercado interno y una clase media de hombres libres. Aunque el poder político seguía en manos de los grandes estancieros y dueños de “charquerías”, el poder económico de los inmigrantes se fue consolidando.
Ya en el siglo XX avanzó la diversificación agrícola y Rio Grande do Sul, junto con el Estado de Paraná, continúa siendo hasta hoy el “granero de Brasil”. El eje Porto Alegre - Caxias se constituyó en la zona más industrializada del estado, y los sectores del calzado, la metalurgia y los muebles son aún las mayores exportaciones industriales del estado gaúcho.
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