Publicado en Panorama de Julio:
Murió un domingo de mayo, poco después de las cinco de la tarde.
Murió un domingo de mayo, poco después de las cinco de la tarde.
Lo que pasó a partir de ese momento fue increíble. Se sucedieron los llamados telefónicos, las cadenas de correos electrónicos y los mensajes por celular.
Las canales internacionales de noticias emitieron programas especiales. Los presidentes de varios países enviaron sus condolencias. El lunes la información estaba en la primera plana de casi todos los diarios de habla hispana y, en los días siguientes, se hicieron eco de la noticia periódicos como el New York Times, The Guardian, La Repubblica y muchos más. En portales de internet, en blogs, en Facebook y en videos de Youtube los comentarios se contaban por cientos. Eran mensajes de gente de todas las edades. Venían de todas partes. Mensajes conmovidos, llenos de sentimiento y duelo auténtico.
No había muerto un presidente ni una promesa del deporte mundial. No se trataba de una princesa europea, un actor en la cúspide de su fama, el cantante del hit del momento ni un científico a punto de descubrir la vacuna contra el sida. No. Había muerto un escritor —para más señas, poeta— de 88 años, en un país pequeño del Sur. Un hombre tímido y tenaz, jaqueado por el asma y la reciente viudez.
Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) fue el hombre capaz de generar ese acontecimiento insólito en que la poesía circuló de todas las maneras posibles, que son tantas, durante muchos días. El escritor portugués José Saramago, premio Nobel de literatura, escribió en su blog: “vemos que de repente se establece un tráfico de poesía que habrá dejado perplejos los medidores oficiales, porque de un continente a otro saltan mensajes extraños, de factura original, líneas cortas que parecen decir más de lo que a primera vista se cree.”.
En estos tiempos en que dicen que la gente no lee, en que dicen que la literatura está tan devaluada, ¿cómo fue posible que se dispararan las ventas de libros de poesía —un rubro que no vende—, que surgieran miles de improvisados poetas para escribir unos versos de despedida?
Benedetti incursionó en todos los géneros. Escribió novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro, crítica literaria y artículos periodísticos. Sus obras fueron traducidas a más de veinte idiomas. Cuarenta cantantes cantaron sus poesías. En el álbum “El Sur también existe” colaboró con el catalán Joan Manuel Serrat para musicalizar diez de de sus poemas. Junto al cantante Daniel Viglietti recorrió el mundo hispano con el espectáculo de canto y poesía “A dos voces”. Hizo una fugaz aparición como actor de reparto en la película del director argentino Eliseo Subiela “El lado oscuro del corazón”, donde recitó sus versos en alemán, mientras los protagonistas los recitaban en castellano. La novela “La Tregua” fue llevada al cine con el mismo nombre en 1974 y se convirtió en la primera película argentina nominada a un Oscar a la mejor película extranjera.
La obra de Mario Benedetti no siempre tuvo buena acogida por parte de la crítica literaria. Sin embargo, la popularidad lo acompañó, aún en los últimos años solitarios de su apartamento montevideano, desde los jóvenes que fueron jóvenes en los sesenta hasta los jóvenes de hoy. Con un compromiso explícito y militante con la izquierda, fue un poeta querido en todas las aceras políticas ¿Cuál fue el secreto? Quizás la complicidad con el lector a través de un lenguaje poético coloquial y una permanente cercanía con lo más cotidiano y universal de la vida: el amor, el tedio, la alegría, el dolor, la búsqueda de sentido, la soledad, la rebeldía, la muerte.
La vida, ese paréntesis
Mario Benedetti nació en Paso de los Toros, en el centro geográfico del Uruguay, en una familia de clase media. Su padre era químico farmacéutico y, debido a un negocio fallido con la compra de una farmacia, debió venderlo todo y se trasladó a Montevideo cuando Mario tenía cuatro años. Ya en la capital, la familia pasó grandes penurias económicas hasta que el padre consiguió lo que para los uruguayos de aquel tiempo era el sueño de la estabilidad laboral y económica: un empleo público. Entonces los padres del futuro escritor tuvieron un segundo hijo, ocho años menor.
Mario fue al Colegio Alemán. Sus padres lo cambiaron a un colegio público el día que los alumnos tuvieron que hacer el saludo nazi. Alumno destacado, abandonó los estudios para ejercer variados oficios antes de poder vivir de la escritura. Fue vendedor, contable, taquígrafo, traductor, librero y funcionario público.
Entre los 18 y los 21 años Benedetti vivió en Buenos Aires. Al volver a Montevideo en 1941 comenzó su carrera periodística. Pocos años después publicó el primer libro de poesía e ingresó al semanario “Marcha”, alrededor del cual giró toda una constelación de intelectuales conocida como “la generación del 45”.
El reconocimiento masivo del público le llegó en 1956, con la publicación de “Poemas de la Oficina”. En 1960 publicó la novela “La Tregua”, cuyo éxito traspasó fronteras, se tradujo a diecinueve idiomas y fue llevada al cine en una película tan emblemática como la novela.
A fines de los sesenta y principios de los setenta tuvo una intensa actividad política, como fundador de uno de los grupos que integraron la coalición de izquierdas Frente Amplio. El compromiso social fue una de las constantes en su poesía. Este compromiso lo llevó al exilio durante la dictadura militar que gobernó en Uruguay. Vivió en Argentina, Perú, Cuba y España y la añoranza quedó registrada en su obra.
Regresó al “paisito” -como él le llamaba- después de diez años y desde entonces repartió su tiempo entre España y Uruguay, viviendo siempre en verano. Sólo se instaló definitivamente en 2006 después de perder a su esposa Luz, su compañera durante sesenta años.
A lo largo de su trayectoria fue galardonado con los premios Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Iberoamericano José Martí y Menéndez y Pelayo, pero sobre todo con la adhesión de cientos de miles de personas que, generación tras generación, leyeron y admiraron su obra.
A su muerte, el gobierno uruguayo decretó un día de duelo nacional. Miles de montevideanos acudieron a despedirlo al velatorio que se realizó en el Palacio Legislativo. Allí le dejaron flores y bolígrafos, porque el poeta escribió: "Cuando me entierren por favor / no se olviden de mi bolígrafo". Miles lo acompañaron al cementerio en una soleada mañana de otoño, donde fue homenajeado por las más altas autoridades de la cultura ante el Panteón Nacional.
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