martes, 28 de febrero de 2012

Descifrar a Gabriela Mistral




En 1945 Gabriela Mistral fue la primera latinoamericana en obtener el Premio Nobel de Literatura. Poeta y ensayista, se convirtió en un mito chileno y latinoamericano, que permaneció en el imaginario como la humilde maestra rural que escribió rondas infantiles y poemas de amor, con una angustiada vocación de maternidad frustrada.
Fuerte y pasional, de inteligencia y sensibilidad excepcionales, con 1,80 de estatura y rasgos mestizos y varoniles, cultísima y adelantada a su tiempo, Gabriela fue mucho más que el mito en que quedó atrapada y, en parte, ella misma se encargó de alimentar. No sólo se convirtió en una gran escritora que no ha perdido vigencia, sino también en una activista cuyas mayores preocupaciones fueron la educación, el americanismo, la dignificación de las mujeres y los oprimidos y la reivindicación de la raza mestiza de Latinoamérica. En los últimos años, el hallazgo y difusión de textos inéditos hizo trizas la imagen que funcionaba como ejemplo para la formación de mujeres dóciles, destinadas al primordial oficio de tener hijos y educarlos.
Nació en 1889 como Lucila Godoy en Vicuña, una ciudad pequeña del Valle de Elqui, rodeada de montañas. Su padre fue un maestro de escuela que abandonó a su familia cuando ella tenía sólo tres años. A su madre, modista, le dedicó numerosísimos poemas. Viuda de un hombre y abandonada de otro, la madre tuvo una hija de cada uno de ellos: Emelina y, quince años después, Lucila.
Fue Emelina quien dio a Gabriela una educación básica. La formación de la futura escritora no fue muy institucionalizada por las mudanzas continuas, obligadas por las penurias económicas familiares. Su avidez por aprender le abrió las puertas de la biblioteca de un benefactor y se convirtió en una auténtica autodidacta. A los catorce años comenzó a publicar artículos y poemas en modestos periódicos de Villa La Serena y Vicuña. La Escuela Normal de La Serena le denegó el ingreso por considerar “revolucionarios” algunos de esos artículos. Así y todo, desde los dieciséis años Gabriela enseñó en las escuelas de pequeños pueblos del Norte chileno. A los 21 años dio un examen de competencia en una Escuela Normal de Santiago, con resultados excelentes, y después ejerció la docencia secundaria en ciudades y pueblos a lo largo de todo Chile.
Fue antes, aun en el Norte, donde Gabriela se enamoró de un joven ferroviario que se suicidó por deudas en 1909 cuando el noviazgo, si es que lo hubo, ya había terminado. Romelio Ureta entró en la historia literaria como el inspirador de Los Sonetos de la Muerte y otras obras trágicas de la poeta. Sin embargo, la correspondencia de Gabriela habla de otros hombres anteriores a Ureta. De todos modos, estudiosos de Mistral aseguran la poeta atesoró el ánimo sombrío despertado por el suicidio de Romelio para escribir muchos de sus versos dolorosos, enaltecidos de misticismo.
Los Sonetos de la Muerte ganaron los Juegos Florales de 1914. A partir de entonces, la fama de Gabriela Mistral comenzaría a abrirse camino, poco a poco, dentro y fuera de fronteras.
Mientras tanto, ella siguió deambulando por las escuelas de Chile, mientras publicaba poemas y ensayos en periódicos y revistas. A partir de 1918 fue directora de Liceos en diversas ciudades. En Temuco alentó el talento del adolescente Pablo Neruda, el otro Premio Nobel de Literatura de Chile. Los dos de origen muy humilde, escritores precoces, activistas, diplomáticos. Uno fue del mar y otra de la montaña, uno del Sur y otra del Norte, los dos del Chile al que, a pesar de la vida errante, nunca dejaron de pertenecer.
Durante esos años Gabriela mantuvo una fluida correspondencia amorosa con el poeta chileno Manuel Magallanes Moure. Gabriela se negaba a la prueba de amor que Magallanes Moure le pedía; escribió: “Tu esfuerzo es capaz, creo, de matarme las imágenes innobles que me hacen el amor sensual cosa canalla y salvaje”. Dice Volodia Teitelboin en un estudio publicado en 1991: “El amante frustrado (…) la acorrala a preguntas. Por fin ella, en pocas palabras, lo confiesa que arrastra desde su niñez cierto trauma producido por un hecho brutal. Un mocetón que iba a su casa la violó cuando ella tenía siete años”.
Pero este estudio es anterior a que la Biblioteca Nacional de Chile recibiera el legado inédito de Mistral. Pasaron muchos años antes de que nuevos elementos permitieran otras posibles explicaciones.
En 1922, acabada la revolución, el presidente Obregón gobernaba México. Su Secretario de Educación Pública pasó por Chile, conoció a Gabriela y la invitó a colaborar en la creación de bibliotecas populares. Era la primera vez que la escritora salía de Chile. Tenía 33 años, viajó con la escultora y pintora chilena Laura Rodig y las recibió la mexicana Palma Guillén, cuya amistad duraría toda la vida. Era el México posrevolucionario, indigenista y fermental, el de Diego Rivera, Siqueiros, Orozco y tantos otros. La experiencia en el país azteca la marcó para siempre y amó esa tierra que la recibió con los brazos abiertos. Sin embargo, fue resistida por algunos que cuestionaron la importancia de “la extranjera” y se alejó de allí con dolor después de 2 años.
Entre tanto, en Nueva York, el presidente del Instituto de las Españas, leyó un día ante sus colegas algunos poemas de la chilena. ¿Y dónde están sus libros?, preguntaron admirados. Gabriela no tenía ningún libro publicado. Paradojalmente, fue en Nueva York donde se publicó el primero, “Desolación”.
De México fue a Estados Unidos, donde dictó clases y conferencias en universidades. Regresó a Chile en 1925, después de la publicación de “Ternura”, su segundo poemario, pero no por mucho tiempo: al año siguiente partió hacia Europa. Después, viajó por Centroamérica y finalmente, en 1932, obtuvo el cargo de cónsul vitalicia que ejerció en varias ciudades de Europa y en Petrópolis (Brasil). Gabriela era hacía tiempo la viajera “desasida” que sólo regresaría a su patria por cortos períodos. “¿De qué huye Gabriela?”, se pregunta Volodia Teitelboin, en el estudio citado.
En 1938 publicó su tercer libro de poesía, “Tala”, en la editorial de la argentina Victoria Ocampo, con quien mantuvo fuertes vínculos, principalmente epistolares. Ese mismo año pasó una temporada en Chile, después de trece de ausencia.
Gabriela tuvo un hijo adoptivo, Yin-Yin. A una amiga le escribió que era un sobrino, a otra, hijo de una amiga. Algunos creen que Yin-Yin fue un hijo carnal de Gabriela, aunque la versión más verosímil parece ser la del sobrino. Entre Palma Guillén y Mistral criaron al niño. Gabriela lo quiso con pasión. En Petrópolis ocurrió la tragedia en 1943: Yin-Yin murió a los 18 años envenenado con arsénico. Una vez más el suicidio golpeaba a Gabriela y, en esta ocasión, en la persona más querida. La poeta se deprimió hasta orillar la locura. Guillén corrió junto a su amiga al enterarse y no la abandonó hasta que estuvo segura de que la vida y la salud mental de Gabriela estaban a salvo.
Poco tiempo después ocurrió “eso de Estocolmo”. Así se refería la escritora al Premio Nobel, recibido en 1945. Desde entonces se sucedieron los reconocimientos, los doctorados honoris causa, y se multiplicaron las conferencias, las reediciones y traducciones de su obra.
Gabriela fue nombrada cónsul en Los Ángeles y fijó su residencia en Santa Bárbara, California. Regresó por tercera y última vez a Chile, desde que lo dejara a los 33 años, para recibir el Premio Nacional de Literatura y lanzar su cuarto poemario, “Lagar”, en 1952. En Santa Bárbara escribió su última obra, el “Poema de Chile”, publicado en forma póstuma.
Doris Dana era una bella escritora neoyorkina de veintisiete años y familia aristocrática. Admiradora de Gabriela, en 1948 le envió un ensayo de Mistral traducido por ella, junto a una carta expresándole su devoción. Gabriela la invitó a California. Así nació un amor que se prolongaría nueve años. La relación lésbica entre Gabriela y una mujer 31 años menor, considerada oficialmente su “asistente personal”, sólo se confirmó después de la muerte de Doris Dana en 2006, heredera y albacea literaria de Gabriela. Doris Atkinson, sobrina de Dana, donó a la Biblioteca Nacional de Chile un tesoro mistraliano de 168 cajas con poemas inéditos, manuscritos, fotos y otros documentos.
Gabriela murió en l957 en Long Island, donde vivía con su amiga y amante, a quien a veces comparaba con Yin-Yin. Las cartas que Mistral le escribió a Doris Dana se publicaron en 2009 con el título de “Niña Errante”.
El legado que la heredera de Doris Dana donó a Chile es crucial para descifrar a la magnífica Gabriela Mistral. Un verdadero tesoro para sus estudiosos y lectores, que ahora pueden releerla y disfrutarla bajo otra luz.

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